En la remota comarca de Liébana, en Cantabria, existen dos pueblos que permanecen al margen del turismo masivo: Tresviso y Bejes. Rodeados por los imponentes Picos de Europa, estos destinos ofrecen una experiencia auténtica y alejada del bullicio turístico que caracteriza a la región. A diferencia de Potes, que atrae a miles de visitantes por su monasterio y teleférico, Tresviso y Bejes son un refugio para aquellos que buscan descubrir la esencia de la naturaleza a través de antiguos caminos mineros y paisajes vírgenes.
Los accesos a Tresviso son limitados, lo que contribuye a su aislamiento. La única carretera asfaltada que conduce a este pueblo lebaniego proviene de Sotres (Asturias), lo que implica un recorrido de aproximadamente 80 kilómetros desde Potes. Alternativamente, los más aventureros pueden optar por la senda de Urdón, un camino antiguo pero escarpado que desafía a los caminantes con sus 825 metros de desnivel en un recorrido de tan solo tres kilómetros en línea recta.
Un pueblo con historia y tradiciones
A pesar de su lejanía, Tresviso alberga una comunidad de 53 valientes que resisten los encantos del mundo moderno. En el corazón del pueblo, se conserva una foto histórica que el antiguo párroco, Ernesto Bustio, donó hace 50 años, recordando su labor en las minas de Ándara y su compromiso con los mineros. La imagen capta el zigzagueante camino de Urdón a Tresviso, que hoy sigue siendo el principal acceso al pueblo.
Los visitantes también pueden disfrutar de la gastronomía local, destacando el queso picón, que se elabora bajo la Denominación de Origen Protegida (DOP) Bejes-Tresviso. Este queso se convierte en un ingrediente esencial en muchos platos, desde endivias hasta solomillos, y es un recuerdo delicioso que los forasteros llevan consigo.
Un refugio para la biodiversidad
Más allá de sus tradiciones culinarias y su historia, Tresviso es un lugar donde la naturaleza se manifiesta en su estado puro. A una altitud de 1 725 metros, se encuentra el Casetón de Ándara, el único refugio de montaña en el macizo oriental de los Picos de Europa. La antigua mina de la canal de las Vacas, que fue activa hasta hace medio siglo, es un testimonio del pasado industrial de la región, donde se extrajo zinc y agua.
El legado de estas minas continúa en la actualidad, ya que algunos emprendedores, como María Fernández Llanes, han reabierto las antiguas galerías para curar quesos. En 2024, Adrián Collado fundó La Providencia 1888, donde se producen 1 700 quesos azules en condiciones controladas, convirtiéndose en un referente de calidad en la región. La demanda es tan alta que existe una lista de espera de tres meses para adquirir estos quesos, que se venden a precios que alcanzan los 55 euros por kilo.
En las cercanías, en el pueblo de Bejes, vive Raúl Roiz, un joven pastor que cuida de 840 ovejas lachas. Su labor no solo se centra en la ganadería, sino también en la educación de los turistas sobre la vida en el campo y la importancia de la conservación de la biodiversidad. Con el apoyo de su padre, Braulio Roiz, Raúl ofrece experiencias únicas a aquellos que desean conocer la vida pastoral en los Picos de Europa.
A través de la colaboración con la organización Pro-Biodiversidad, los ganaderos locales están logrando precios justos por sus productos, contribuyendo a la sostenibilidad de la región. Este enfoque no solo beneficia a los productores, sino que también permite a los consumidores acceder a productos de calidad sin intermediarios.
Para quienes deseen explorar este rincón oculto de Cantabria, la aventura comienza en las carreteras que llevan a Tresviso y Bejes, donde la naturaleza, la historia y la cultura se entrelazan en una experiencia inolvidable. De hecho, un viaje por la zona promete descubrir un mundo donde el tiempo parece haberse detenido, lejos del ritmo acelerado de la vida moderna.
