La técnica artesanal de la roseta, un tipo de encaje originario de la isla de Tenerife, ha sido reconocida por el Gobierno de Canarias como Bien de Interés Cultural (BIC). Este anuncio es un hito significativo para la preservación de una tradición que ha estado en riesgo de desaparecer. La roseta se caracteriza por su singularidad, ya que se elabora sin necesidad de un telar o una tela base, utilizando únicamente alfileres y hilos.
Historia y evolución de la roseta canaria
La roseta nace en el siglo XVI y se ha mantenido como un símbolo de la identidad canaria. Esta técnica, que se expandió por el Mediterráneo y la Península Ibérica bajo diferentes nombres, encontró en las islas un contexto propicio para su evolución. A lo largo de los siglos, la roseta se popularizó y comenzó a ser un producto comercial en el siglo XIX, creado por mujeres que lo compaginaban con las tareas del hogar.
Sin embargo, su historia no ha estado exenta de dificultades. Durante la I Guerra Mundial, la escasez de hilo afectó gravemente a las roseteras, y la llegada del turismo en los años 60 supuso un golpe mortal para la técnica, ya que muchas tejedoras optaron por trabajos más remunerados en el sector turístico. A pesar de este declive, la roseta ha logrado sobrevivir y adaptarse a los nuevos tiempos.
Resurgimiento y reconocimiento actual
Desde 2016, el Ayuntamiento de Arona ha promovido talleres para enseñar este arte, lo que ha revitalizado el interés por la roseta. Patricia Galbarro, presidenta de la Asociación Rosetas y Calados Tomasita, destaca la importancia de mantener viva esta tradición, transmitida de generación en generación. La asociación se formó para continuar con la práctica y fortalecer la comunidad de roseteras.
Galbarro recuerda con cariño a las roseteras que han contribuido a preservar esta técnica, mencionando a Doña Maruca, que, a sus 104 años, expresó su tristeza por no poder sentir la aguja entre sus dedos. Las actividades de la asociación no solo se centran en la elaboración de rosetas, sino también en la celebración de la amistad y la cultura canaria, como lo demuestra la creación de una roseta con los colores de la bandera LGTBI en el Día del Orgullo Gay.
El reconocimiento de la roseta como Bien de Interés Cultural no solo aporta prestigio a esta técnica, sino que también subraya la necesidad de proteger y promover las tradiciones locales. Galbarro hace un llamado a las instituciones públicas para que valoren adecuadamente esta forma de arte, asegurando su transmisión a las nuevas generaciones. «Las tradiciones hay que cuidarlas», afirma, subrayando que «el sol se vende solo y no necesita promoción».
Con este reconocimiento, la roseta canaria no solo se convierte en un símbolo de la identidad insular, sino que también se alza como un ejemplo de cómo las tradiciones pueden adaptarse y florecer en el mundo contemporáneo.
