Ciudad de México, 3 de diciembre (SinEmbargo) – La reciente declaración de Karla Berman, inversionista y figura pública conocida por su participación en el programa Shark Tank México, ha reavivado el debate sobre la precariedad laboral en el país. En un podcast, Berman sugirió que los jóvenes deberían «pagar por trabajar» durante sus primeros años en el ámbito laboral. Aunque se disculpó y aclaró que sus palabras eran una «metáfora», su afirmación ha desatado un torrente de críticas por su insensibilidad ante la realidad económica de millones de mexicanos.
Karla Berman, hija del empresario Jorge Berman y de la conductora Shanik Berman, ha sido objeto de controversia no solo por su privilegio evidente, sino también por la desconexión con las dificultades que enfrenta la juventud en el mercado laboral mexicano. La idea de que los recién llegados deben pagar a las empresas por adquirir experiencia ignora el contexto de precariedad que enfrentan muchos jóvenes en el país.
En México, el inicio de una carrera laboral a menudo significa afrontar un mercado saturado y violento, caracterizado por condiciones laborales desfavorables, salarios bajos y contratos temporales. Según datos de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE), más de 12.3 millones de jóvenes de entre 20 y 29 años están empleados, pero de estos, más de 4.8 millones no ganan ni siquiera un salario mínimo, lo que representa casi el 40 por ciento de esta población. Solo 49 mil jóvenes, es decir, un 0.4 por ciento, reciben los salarios más altos.
Además, el 70 por ciento de los jóvenes que no ingresan al salario mínimo trabaja más de 35 horas a la semana, y muchos exceden las 48 horas que la ley establece. Esta situación refleja una dura realidad: trabajan más, pero sus ingresos son insuficientes para cubrir sus necesidades básicas. Este contexto hace que la propuesta de «pagar por trabajar» no solo sea absurda, sino ofensiva ante la lucha diaria de muchos jóvenes por una vida digna.
La declaración de Berman ha sido recibida con indignación en redes sociales, donde muchos argumentan que ideas como las suyas legitiman la explotación laboral. En lugar de promover un entorno de apoyo para la juventud, impulsa nociones que refuerzan la desigualdad y precariedad. Por ejemplo, el programa Jóvenes Construyendo el Futuro se enfoca en ofrecer becas para la capacitación de jóvenes, contrastando directamente con la idea de que deben invertir en sus empleadores.
En un país donde la gran mayoría de los jóvenes carecen de redes de contactos o respaldo económico, la propuesta de Berman ignora las estructuras sociales que perpetúan la desigualdad. La precariedad laboral no solo afecta la economía, sino que también tiene implicaciones de género y raciales. Las mujeres, las personas de comunidades indígenas y afrodescendientes, así como migrantes y personas con discapacidad, son grupos que enfrentan mayores desafíos en el acceso a trabajos dignos.
La afirmación de Karla Berman no es solo una frase desafortunada, sino un reflejo de las creencias de una élite desconectada que parece ignorar la realidad de miles de jóvenes en México. En un contexto donde la explotación se presenta como una «experiencia valiosa», es fundamental cuestionar estas narrativas que, en lugar de empoderar, perpetúan ciclos de pobreza y deshumanización.
La juventud mexicana merece una voz que exija condiciones laborales justas y dignas, no declaraciones que minimicen su lucha. La defensa de los derechos laborales no es solo una cuestión de justicia social, sino un imperativo para construir un futuro más equitativo en el país.
