En los últimos años, la inmigración ha emergido como un tema central en el debate político y social en muchos países de Europa y Estados Unidos. Esto se refleja en la evolución de los partidos políticos, donde el foco ha desplazado su atención de la economía hacia la inmigración. Mientras que en el pasado la derecha y la izquierda discutían sobre modelos económicos y la redistribución de ingresos, hoy se observa un consenso casi total en torno a la economía de mercado, dejando la justicia social en un segundo plano. Sin embargo, el tema de la inmigración sigue siendo divisivo y, a menudo, se presenta como la principal amenaza que enfrentan las sociedades occidentales.
En Estados Unidos, por ejemplo, la ideología del ex presidente Donald Trump se caracteriza por su postura xenófoba, especialmente en relación con la inmigración proveniente de países de color. Recientemente, Trump propuso que los únicos solicitantes aceptables para el estatus de refugiado político serían los blancos de Sudáfrica, lo que subraya una tendencia inquietante hacia la exclusión bajo un disfraz de política de inmigración.
Gran Bretaña, que históricamente ha sido uno de los países más abiertos a los refugiados, también está cambiando de rumbo. Con el ascenso del partido Reform UK bajo la dirección de Neil Farage, se está gestando un giro radical en la política migratoria del país. A pesar de ser una nación que anteriormente recibía a inmigrantes con políticas de acogida generosas, el clima político actual sugiere un cierre de fronteras que, en consecuencia, podría redirigir los flujos migratorios hacia otros países.
En Escandinavia, las políticas de inmigración están tomando un rumbo similar. Dinamarca, que fue un modelo de tolerancia, ha comenzado a restringir el acceso a los beneficios sociales. En Francia, el partido de Marine Le Pen sigue siendo popular entre los votantes, promoviendo un programa que se opone a la inmigración, a pesar de sus intentos de suavizar su retórica antiárabe. España, por el contrario, se presenta como una excepción al mantener políticas favorables hacia los inmigrantes, en su mayoría provenientes de América Latina, cuya cultura e idioma facilitan su integración. Sin embargo, incluso aquí se observa un aumento de la xenofobia, impulsado en parte por el partido Vox.
A medida que el contexto mundial se transforma, Alemania, que durante la gestión de Angela Merkel fue un refugio para los sirios que huían de la guerra civil, también ha comenzado a endurecer su postura. La actual administración ha devuelto a muchos refugiados bajo el pretexto de que Siria es ahora un país seguro, una afirmación que no se sostiene ante la realidad. Este cambio parece ser aceptado por una parte de la opinión pública alemana, lo que indica un avance de la extrema derecha en el país.
El fenómeno de la xenofobia no es exclusivo de Occidente. A nivel global, desde India hasta Japón, se observa un aumento en el nacionalismo y la necesidad de protección de identidades culturales en medio de crisis económicas y amenazas internacionales. La inmigración se ha convertido en un tema crucial que permite a estos pueblos reconfigurarse y encontrar un sentido de pertenencia. El temor a perder su identidad cultural o religiosa se ha intensificado, alimentando discursos que advierten sobre la «islamización» de Europa, reflejando así la ansiedad colectiva en momentos de incertidumbre.
Para abordar este creciente sentimiento antiinmigrante, algunos economistas, como Gary Becker, han propuesto soluciones provocadoras. Una de ellas consiste en abrir las fronteras en ambos sentidos, permitiendo que los inmigrantes vengan temporalmente para trabajar o estudiar, sin necesidad de establecerse de forma permanente. Esta propuesta sugiere que, al permitir un flujo bidireccional, se reduciría la presión sobre los sistemas sociales de los países receptores. Otra idea, la del «visado de pago», implicaría que los inmigrantes pagaran un derecho de acceso a los recursos acumulados en los países ricos, un concepto que ya se practica en algunas naciones y que podría equilibrar las tensiones en torno a la inmigración.
Estas propuestas, aunque controvertidas, abren la puerta a un debate necesario sobre cómo gestionar la inmigración de manera más humana y efectiva. La necesidad de encontrar un equilibrio entre la protección de las identidades nacionales y el respeto por los derechos de los inmigrantes es esencial en este contexto global cambiante. A medida que los partidos políticos continúan explotando este tema como un medio para ganar elecciones, es vital cuestionar a qué costo se logran esos objetivos y si esas estrategias son coherentes con los principios de justicia y respeto que deberían guiar nuestras sociedades.
