La presidenta de la Fundación que lleva el nombre de su hermana, Blanca Fernández Ochoa, Lola Fernández Ochoa, ha compartido su conmovedora historia en una conversación íntima con el experto en Salud Pública Joan Carles March. A través de este diálogo, Lola revela el proceso de convertir un profundo dolor en una misión altruista, enfocada en la salud mental de los deportistas de élite tras la pérdida de su hermana, la primera esquiadora en conseguir una medalla olímpica para España.
La Fundación Blanca Fernández Ochoa nació de un duelo devastador y ha evolucionado hacia un proyecto que busca visibilizar y proteger la salud mental de los atletas. Durante el velorio de Blanca, Lola se sorprendió al escuchar a numerosos deportistas, incluidos medallistas olímpicos, compartir sus luchas con la depresión y pensamientos suicidas. Este momento fue un claro indicador de la vulnerabilidad emocional que enfrentan los deportistas y la falta de preparación para la vida después del deporte.
La problemática del vacío post-competición
Los testimonios de Lola han destapado una realidad alarmante: muchos deportistas de élite sufren una pérdida brutal de identidad al retirarse. Este vacío se acompaña de la imposibilidad de sustituir la adrenalina, el enfoque mediático y el sentido de propósito que proporciona el deporte. “Si te jubilas con 30 años y te quedan 50 de vida, ¿qué haces si nadie te ha preparado para ese futuro?”, se pregunta Lola.
El diagnóstico es claro. Muchos deportistas finalizan su carrera sin las herramientas necesarias para ganarse la vida, lo que conlleva a severas depresiones y crisis emocionales. Este fenómeno ha sido una constante en la historia del deporte, resaltando la necesidad de un cambio en la educación y apoyo que reciben los atletas.
Recuerdos de Blanca: Fortalezas y vulnerabilidades
Blanca, recordada no solo por sus hazañas deportivas, también era una mujer de gran sensibilidad. Lola evoca momentos conmovedores de su relación, marcada por la convivencia en internados y centros de alto rendimiento. “Por fuera era pura potencia. Por dentro, un flan. Tenía una sensibilidad extraordinaria”, dice Lola. Este contraste entre su imagen pública y su realidad interna es un recordatorio de que el éxito a menudo oculta luchas internas significativas.
Un momento especialmente emotivo fue tras la caída olímpica en Calgary. A pesar del impacto emocional de su fracaso, Blanca regaló a su hermano Paco el dorsal de la prueba con una dedicatoria que revelaba su profundidad afectiva: “El destino ha querido dejarme a medio camino, pero nadie me quitará el orgullo de ser tu hermana, la de un campeón olímpico”.
Luchas internas y el diagnóstico de bipolaridad
Los problemas de salud mental de Blanca comenzaron tras su caída en Calgary y se agravaron tras su retirada. Después de casi veinte años de oscilaciones, se diagnosticó bipolaridad. “Mi hermana mayor, la que siempre me protegía, se convirtió en alguien a quien tenía que cuidar yo. Fue durísimo”, confiesa Lola. A medida que la enfermedad avanzaba, la dinámica familiar cambió drásticamente, llevándola a asumir el rol de cuidadora de su hermana.
Blanca se mudó a un espacio en la azotea de su casa, buscando mantenerse independiente mientras lidiaba con su salud mental. Los otoños se tornaban devastadores y las primaveras, impredecibles. “Ahora sé que la gente intenta acabar con su vida cuando está bien. Cuando está mal, no tiene fuerzas ni para pensar”, reflexiona Lola.
El dolor de la desaparición y el nacimiento de la Fundación
La desaparición de Blanca marcó un antes y un después en la vida de Lola. “Me avergüenzo de haber sentido vergüenza”, reconoce ahora, recordando cómo intentó sostener una versión pública sobre su posible accidente mientras lidiaba con su dolor interno. A pesar de su agonía, una inmensa ola de apoyo se manifestó durante la búsqueda, con 3.000 voluntarios y un respeto notable por parte de los medios de comunicación.
El lugar donde fue encontrada Blanca se ha convertido en un espacio de paz para Lola, un lugar de conexión con su hermana. Durante meses, lloró en la habitación de Blanca, y un punto de inflexión llegó con la pandemia. “Pensé: estás llorando por alguien que eligió irse, cuando hay gente muriéndose sin querer. Respeta su decisión”, reflexionó, lo que la llevó a crear la Fundación Blanca Fernández Ochoa en medio del confinamiento.
La misión de esta fundación es clara: concienciar sobre la salud mental de los deportistas, normalizar la ayuda psicológica y preparar a los atletas para la vida post-competición. “No hay salud sin salud mental”, resume Lola, quien también busca sensibilizar a las empresas para contratar a exdeportistas aprovechando su disciplina y resiliencia.
Perspectiva sobre el deporte de élite
Lola subraya que el deporte de élite implica sacrificios inmensos. “La gente solo ve a Alcaraz levantando la copa. Detrás de él hay miles que lo intentan y sufren”, dice, enfatizando la soledad, las lesiones y la presión que enfrentan los atletas. Ella aboga por una mayor comprensión hacia aquellos que no logran medallas y un tratamiento mediático más empático.
La pérdida de Blanca ha transformado a Lola, quien ahora se enfoca en lo que realmente importa. “Ayudar a otros me ha salvado. Animo a cualquiera: haz algo por alguien y tu dolor se hace pequeño”, afirma, con un compromiso renovado de trabajar por la salud emocional de los deportistas.
Cuando Lola reflexiona sobre qué le diría hoy a su hermana, las lágrimas brotan de sus ojos. “No le diría nada. La abrazaría. Estaría una hora abrazándola. Luego la insultaría, claro… pero sobre todo la abrazaría”. Este profundo mensaje resuena con el dolor y la esperanza de una vida dedicada a transformar la tragedia en un legado de apoyo y concienciación sobre la salud mental en el deporte.
“La Fundación es la forma de convertir dolor en algo bonito”, concluye Lola, destacando la crucial necesidad de cuidar la salud mental de aquellos que nos inspiran con su talento y sacrificio.
