miércoles, noviembre 19, 2025

La sorprendente carrera de velocidad entre drones suizos y sudafricanos

Un suizo y una familia sudafricana luchan por el récord de velocidad en drones, alcanzando hasta 585 km/h.
por 19 noviembre, 2025
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Un joven ingeniero suizo y un equipo sudafricano formado por padre e hijo han desatado una sorprendente competencia por el título de los drones más rápidos del mundo. Samuele Gobbi, de 25 años, logró alcanzar la impresionante velocidad de 557,64 kilómetros por hora con su dron Fastboy 2, cifra que ha sido certificada y registrada oficialmente en el libro Guinness de los récords. En respuesta, el sudafricano Mike Bellamy y su hijo Luke han desarrollado una nueva versión de su dron Peregreen, que según sus registros ha alcanzado hasta 585 kilómetros por hora. Aunque esta última marca aún no cuenta con reconocimiento oficial, el revuelo generado entre expertos y aficionados ha sido notable.

Pese a que la velocidad ha sido un dominio de la aviación militar, en los últimos años ha surgido una carrera casi clandestina por alcanzar nuevas metas en el ámbito de los drones. A diferencia de las aeronaves de combate o los prototipos gubernamentales, estos desarrollos son fruto de la creatividad y el esfuerzo de civiles que trabajan en espacios reducidos, como apartamentos o talleres familiares. La meta es clara: volar más rápido que nadie con un artefacto que apenas supera el tamaño de una caja de zapatos y que es capaz de cubrir más de 150 metros en un segundo.

Innovaciones que rompen barreras

Lo que distingue a estos drones de los modelos convencionales no son solo sus motores, sino también su arquitectura térmica. Hasta hace poco, la refrigeración por aire limitaba la velocidad de vuelo, ya que a mayor empuje, mayor calor se generaba, y con ello un mayor riesgo de fallos electrónicos. Sin embargo, los nuevos modelos han roto esta barrera mediante el uso de refrigeración líquida. En el caso del dron suizo, se implementaron dos depósitos de agua de alta inercia térmica para enfriar los sistemas electrónicos, evitando así tomas de aire que afectarían la aerodinámica.

Ambos competidores han optimizado aspectos como la disposición de los brazos y el perfil aerodinámico del fuselaje para maximizar la velocidad. El Fastboy 2 pesa apenas 1,6 kilogramos y entrega 10 kW de potencia, mientras que el Peregreen 3 alcanza los 16 kW, utilizando materiales como nylon y fibra de carbono para su estructura. Las mejoras en las hélices han sido un factor clave, logrando un empuje eficiente y evitando que las puntas alcancen velocidades supersónicas.

Desafíos y oportunidades en la carrera de drones

No obstante, alcanzar estas velocidades extremos implica sacrificios. La batería del Peregreen 3 se consume en apenas 23 segundos a plena potencia, limitando el tiempo de vuelo total a menos de dos minutos. Tras el despegue y un pico de velocidad, el dron debe decelerar a menos de 200 kilómetros por hora para preparar un aterrizaje controlado, y cualquier error podría resultar en desastres como incendios eléctricos o pérdida de control.

Gobbi ha enfrentado también sus propios desafíos, especialmente en lo que respecta a la normativa suiza, que exige que un asistente mantenga contacto visual con el dron durante el vuelo. Volar a más de 550 kilómetros por hora con gafas de realidad virtual requiere una concentración extrema y una planificación meticulosa, ya que cualquier obstáculo en la ruta se puede alcanzar en cuestión de segundos.

El ámbito militar observa con gran interés estos avances, ya que aunque los drones de combate, como el Sting ucraniano, operan a unos 315 kilómetros por hora, su uso es principalmente ofensivo. La posibilidad de usar drones rápidos sin armamento podría tener aplicaciones logísticas, como el transporte de órganos en operaciones de trasplante o el suministro de ayuda en emergencias, aunque Gobbi insiste en que su diseño no debe ser militarizado.

El verdadero valor de esta competencia no radica solo en las cifras, sino en el método de desarrollo. Estos drones no son producto de laboratorios con presupuestos millonarios, sino de impresoras 3D, soldadores caseros y software gratuito, evidenciando la capacidad de innovación de ciudadanos apasionados que, a pesar de estar lejos de los centros habituales de la industria aeroespacial, han logrado llevar a cabo avances significativos.

Esta carrera no busca medallas ni contratos, sino que es una lucha contra el viento, el calor y la resistencia del aire. Cada récord establecido será superado en un futuro cercano, probablemente por otros entusiastas que, desde sus humildes garajes, continúan empujando los límites de lo que es posible con la tecnología de drones.

A pesar de la naturaleza pacífica de los protagonistas de esta historia, es importante considerar que este tipo de innovaciones también puede atraer a individuos con intenciones menos nobles. La posibilidad de que personas sin escrúpulos se involucren en esta carrera plantea interrogantes sobre la regulación y la responsabilidad en el uso de tecnologías avanzadas.

Redacción

Equipo editorial especializado en actualidad ibérica, economía y política. Información rigurosa y análisis profundo de España y Portugal las 24 horas del día.

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