La reflexión sobre el futuro ha cobrado una nueva relevancia en nuestra sociedad, marcada por la crisis moral y económica de 2008 y la pandemia de 2020. Durante décadas, hemos vivido en un presente continuo, donde la memoria del pasado y la perspectiva del futuro parecían desdibujadas. Esta situación ha generado un ambiente de incertidumbre y miedo, exacerbado por la aceleración de los cambios tecnológicos y sociales.
De la utopía a la distopía
El pensamiento utópico, que en el pasado prometía progreso y redención, ha dado paso a una narrativa distópica. Autores como George Orwell y J. G. Ballard han reflejado en sus obras las preocupaciones sobre un futuro donde las libertades individuales se ven amenazadas. La literatura distópica se ha convertido en la única voz que se atreve a explorar lo que podría ser un futuro sombrío, en contraste con las viejas promesas de una sociedad sin clases que, tras el colapso del capitalismo industrial, se han desvanecido.
La idea de progreso, que una vez fue el motor de la Ilustración, se ha visto cuestionada. En su lugar, hoy enfrentamos un mundo donde el capitalismo ha evolucionado hacia un modelo global, digital y financiero, dejando a su paso un vacío de límites morales y éticos. La creciente polarización social y la amenaza del autoritarismo posdemocrático han alimentado un clima de desconfianza hacia el futuro.
La ciencia y el dilema humano
En este contexto, la ciencia y la tecnología presentan un dilema. Mientras que ofrecen soluciones prometedoras, también suscitan inquietudes sobre la deshumanización y la pérdida de control. La idea de un futuro habitado por un «ente poshumano» plantea interrogantes sobre la capacidad de la humanidad para gobernar su propio destino. Como señala el filósofo Josep Ramoneda, seguimos enfrentándonos a un dilema: ¿podemos mantener nuestra condición humana frente a la creciente influencia de la tecnología?
Las desigualdades sociales y económicas persisten y se amplifican en este nuevo paradigma, donde los poderosos se aferran a la idea de que la evolución tecnológica resolverá todos los problemas. Sin embargo, la realidad muestra que el bienestar no crece como se prometió, y la fragmentación de la humanidad se agudiza. La guerra ha regresado a Europa, y con ella, el temor a un futuro incierto donde las tensiones políticas, económicas y sociales se multiplican.
La pregunta que nos debemos hacer es clara: ¿hasta dónde podemos llegar como sociedad? El proyecto ilustrado que promovía la dignidad y la autonomía individual está en riesgo. La reflexión de Immanuel Kant sobre la emancipación del pensamiento se enfrenta a desafíos que ponen en duda su viabilidad.
En un mundo donde los algoritmos y las redes sociales parecen controlar nuestro comportamiento, la lucha por la autonomía y el sentido se vuelve crucial. Jaron Lanier sugiere que debemos aspirar a ser más como gatos, valorando nuestra independencia, en lugar de ser «perros adiestrados» por las exigencias de un sistema que busca moldear nuestras acciones.
La creación de sentido en nuestras vidas es fundamental para no renunciar a nuestra humanidad. En este sentido, la forma en que abordemos el futuro determinará no solo nuestra supervivencia, sino también la calidad de nuestras relaciones y la manera en que valoramos la dignidad humana.
El futuro, que una vez fue un horizonte lleno de promesas, ahora se presenta como un campo de batalla de miedos e incertidumbres. Debemos trabajar juntos para recuperar una visión compartida que nos permita avanzar hacia un futuro más esperanzador y equitativo.