El 7 de octubre de 2025, la Real Academia de las Ciencias Sueca otorgó el Premio Nobel de Física a tres científicos por su revolucionario trabajo que conecta la mecánica cuántica con el mundo macroscopio. Los galardonados, el británico Clarke, el francés Devoret y el estadounidense Martinis, han demostrado que fenómenos tradicionalmente reservados para el comportamiento de átomos y partículas subatómicas pueden manifestarse también en sistemas visibles y medibles a simple vista.
Su descubrimiento del efecto túnel y la cuantización de la energía ha marcado un punto de inflexión en la física experimental y ha impulsado el desarrollo de la tecnología cuántica moderna, que es fundamental para la computación, la criptografía y los sensores de nueva generación. A mediados de los años ochenta, los tres físicos realizaron experimentos en la Universidad de California en Berkeley que demostraron que los principios de la mecánica cuántica podían observarse más allá del ámbito microscópico.
Un hito en los circuitos superconductores
Mediante la construcción de un circuito separado por una fina capa de material no conductor, conocido como aislante, lograron observar cómo la corriente eléctrica se comportaba al atravesar esta barrera. Este proceso permitió la observación de un fenómeno notable: el paso de una partícula a través de un obstáculo que, según la física clásica, debería ser infranqueable. Este hallazgo se realizó en un sistema compuesto por miles de millones de pares de electrones enlazados, extendidos en un chip de aproximadamente un centímetro de tamaño.
Hasta ese momento, el efecto túnel y la cuantización de la energía solo se habían estudiado en sistemas con muy pocas partículas. Los experimentos de Berkeley demostraron por primera vez que estos efectos podían medirse y controlarse en un circuito superconductores, abriendo una nueva vía para aplicar principios cuánticos a dispositivos prácticos.
Las consecuencias de este descubrimiento van mucho más allá de la física fundamental. Los circuitos superconductores desarrollados por Clarke, Devoret y Martinis son la base de muchos de los ordenadores cuánticos que ya existen hoy. Estos qubits, que pueden representar simultáneamente los estados 0 y 1 gracias a la superposición cuántica, permiten realizar cálculos a velocidades imposibles para los ordenadores clásicos. Además, estas propiedades se aplican en tecnologías actuales, como en algunos de los smartphones y dispositivos de telecomunicaciones, donde se aprovechan los efectos cuánticos para optimizar la eficiencia energética y la detección de señales.
Reacciones y legado
El presidente del Comité Nobel de Física, John Smith, expresó en la rueda de prensa que «es maravilloso poder celebrar cómo la mecánica cuántica, que tiene ya un siglo de existencia, sigue ofreciendo nuevas sorpresas y aplicaciones prácticas». Este reconocimiento subraya la relevancia de la física cuántica en la tecnología digital moderna.
Los tres científicos compartieron laboratorio y visión durante una etapa clave de sus carreras. Clarke, nacido en Cambridge, Reino Unido en 1942, ha estado vinculado a la Universidad de Berkeley durante más de cinco décadas. Su investigación ha impulsado avances en campos como la neuroimagen y la búsqueda de materia oscura.
Devoret, nacido en París en 1953, se formó como ingeniero en la Escuela Nacional Superior de Telecomunicaciones y ha desarrollado su carrera entre Francia y Estados Unidos, siendo actualmente profesor en la Universidad de Yale, donde investiga sobre óptica cuántica y circuitos superconductores. Por su parte, Martinis, el más joven del trío, nació en EEUU en 1958 y ha liderado proyectos pioneros en la construcción de ordenadores cuánticos superconductores, incluyendo aquellos que han demostrado «supremacía cuántica» en los últimos años.
Durante la rueda de prensa del anuncio, Clarke admitió que la noticia le había tomado completamente por sorpresa. «Ha sido la sorpresa de mi vida», declaró por teléfono. «Nunca pensé que aquellos experimentos de hace cuarenta años acabarían teniendo un impacto tan grande, ni que serían la base de un futuro Premio Nobel».
El reconocimiento de la Academia Sueca pone de relieve cómo los fundamentos teóricos de la física pueden transformarse en herramientas concretas para el avance tecnológico. El efecto túnel cuántico macroscopico, que en su día sirvió para cuestionar las fronteras entre lo clásico y lo cuántico, se ha convertido en la llave que abre una nueva era de innovación, donde las leyes más extrañas del universo comienzan a ser aprovechadas con fines prácticos.
Como señaló el comité, el descubrimiento de Clarke, Devoret y Martinis simboliza una frontera en la que la física más fundamental se traduce en la tecnología que dará forma al futuro digital.