jueves, octubre 23, 2025

El 60% de los españoles usa IA, pero solo el 22% confía en ella

El 60% de los españoles utiliza IA, pero solo el 22% confía en su uso en decisiones críticas.
por 26 agosto, 2025
Lectura de 12 min

Según un estudio realizado por Netquest para DE-CIX, el 60 por ciento de los españoles ha utilizado alguna herramienta o servicio basado en inteligencia artificial (IA), aunque solo el 22 por ciento confía en las decisiones que esta toma por sí misma en situaciones críticas. Este contraste refleja la creciente integración de la IA en la rutina diaria de los ciudadanos, pero también las dudas que persisten sobre su fiabilidad en contextos sensibles.

Los resultados del estudio subrayan un equilibrio entre el creciente uso de herramientas basadas en IA y la exigencia social de que su desarrollo sea responsable. La desconfianza en campos como la salud o el transporte revela que, para los españoles, la tecnología debe complementar y no sustituir el juicio humano en decisiones esenciales.

la IA se cuela en la rutina española

La inteligencia artificial se ha instalado en la vida cotidiana de los españoles con la naturalidad con la que se cuela un refrán en una sobremesa. Hoy seis de cada diez ciudadanos ya usan algún servicio impulsado por algoritmos —desde los “recomendados para ti” de Netflix hasta el asistente que recuerda que hay que comprar leche—, según la última encuesta de Netquest para DE-CIX, elaborada sobre una muestra representativa de mil personas entre 18 y 65 años.
La cifra supera en cuatro puntos el promedio mundial (66 %) captado por la Universidad de Melbourne y KPMG en su barómetro de 48 000 entrevistados, lo que confirma que la adopción española es, cuando menos, entusiasta.

Ese entusiasmo, sin embargo, convive con una desconfianza casi genética: solo el 22 % estaría dispuesto a dejar que la IA tome decisiones críticas sin supervisión humana, una diferencia de 24 puntos respecto al 46 % de confianza global.
“Vivimos el síndrome del copiloto: agradecemos que el algoritmo nos ayude, pero queremos la mano en el volante cuando la curva se complica”, resume, no sin sorna, Claudia Álvarez, analista de tendencias digitales en la consultora NeuronaLab.

El panorama recuerda a ese invitado que todos celebran en la fiesta… siempre que no se ponga a opinar sobre política o herede la playlist de madrugada. La IA ha dejado de ser un concepto futurista para convertirse en una herramienta utilitaria, pero aún debe ganarse el carné de confianza para los asuntos de mayor peso.

Adopción masiva: para qué la usamos y por qué entusiasma

Detrás del dato del 60 % late un abanico de usos tan amplio como la propia vida digital. El primer anzuelo suele ser el asistente de voz —Siri, Alexa o el “Ok Google”— porque resuelve acciones cortas sin tocar pantalla. Le siguen los algoritmos de recomendación en plataformas de vídeo y música, la ruta más “lista” del navegador y, cada vez más, los generadores de texto e imagen que agilizan tareas laborales. Tres de cada cuatro encuestados admite que estas herramientas le han hecho ahorrar tiempo y reducir la tediosa fricción de lo cotidiano.

La comodidad manda: la IA se percibe como la lámpara mágica que responde con un “hecho” donde antes había que invertir minutos —o paciencia—. Para el segmento menor de 30 años, además, el chatbot de turno empieza a pesar más que los influencers a la hora de tomar decisiones de compra: se valora la inmediatez y la sensación (quizá ingenua) de que la recomendación es “objetiva”. No obstante, incluso entre los jóvenes emerge una cautela incipiente sobre los sesgos que podrían colarse en el proceso algorítmico, una desconfianza que crece a medida que el debate ético gana visibilidad.

La clave del entusiasmo radica en la ecuación esfuerzo-resultado. “Si una tarea rutinaria se puede delegar en un software que aprende, la adopción es casi automática; otra cosa es confiarle la salud o la cuenta del banco”, sintetiza Jorge Martín, director general de DE-CIX España. El corolario: la IA gusta porque ahorra tiempo, pero seduce del todo cuando demuestra que también ahorra preocupaciones. Por ahora, el veredicto popular da luz verde en las pequeñas cosas y mantiene el semáforo ámbar —tirando a rojo— en los asuntos de vida o muerte.

El reto para la próxima década será tan sencillo de formular como complejo de ejecutar: que la tecnología no solo funcione, sino que explique por qué funciona y qué hace con nuestros datos mientras tanto. Solo así el amor utilitario podrá convertirse en confianza a largo plazo.

El talón de Aquiles: la confianza ciudadana en entredicho

A simple vista, la relación de España con la inteligencia artificial parece un romance de verano: seis de cada diez personas la usan a diario, pero solo dos de cada diez la invitarían a conducir cuando la carretera se pone peligrosa. Ese 22 % de confianza contrasta con el 46 % de media mundial, según el macroestudio University of Melbourne–KPMG en 47 países.

Detrás de la desconfianza aflora un puñado de sospechas —la IA “carece de empatía”, “se equivoca en los matices”, “no explica por qué decide”— y una convicción transversal: sin supervisión humana, mejor que el algoritmo se quede en modo copiloto. Entre las alertas más repetidas en la encuesta de Netquest/DE-CIX destacan:
• falta de transparencia y posible sesgo (preocupa al 77 %)
• temor a fallos técnicos o ciberataques cuando la IA controla sistemas críticos
• incertidumbre jurídica sobre quién responde si algo sale mal

«Desbloquear los beneficios de la IA solo será posible si los líderes invierten en la confianza de manera sistémica», advierte Jordi Roca, responsable de tecnología en Accenture Iberia, recordando que ocho de cada diez directivos comparten esa prioridad.

En resumen, la IA española vive una paradoja muy mediterránea: nos encanta como camarero rápido y eficiente, pero todavía no le daríamos las llaves del restaurante.

Sanidad inteligente: oportunidades clínicas y recelos éticos

Pocas áreas generan tanto entusiasmo (y tantos nervios) como la salud. El mismo sondeo revela que la ciudadanía percibe tres grandes ventajas inmediatas:
• monitorizar la salud en tiempo real (42 %)
• acelerar la investigación biomédica (41 %)
• afinar diagnósticos mediante análisis de patrones (34 %)

Pero el vértigo llega en cuanto el algoritmo pasa de asistente a médico de cabecera: un 56 % se siente incómodo con que la IA firme diagnósticos o tratamientos sin un facultativo al lado.

Las propias instituciones sanitarias lo asumen. El Future Health Index de Philips insiste en que la confianza “es el elemento irrenunciable” para que la IA transforme un sistema que ya padece déficit de personal y presión asistencial crónica.

Casos de uso reales no faltan: algoritmos que priorizan lesiones en radiología, modelos predictivos que avisan de descompensaciones cardiacas antes de que aparezcan síntomas, o chatbots que despachan gestiones administrativas mientras los profesionales dedican el tiempo a pacientes complejos. El camino, sin embargo, pasa por auditar cada modelo, trazar cada dato y explicar cada decisión con la misma claridad con la que el médico de familia traduce un análisis de sangre.

O lo que es lo mismo: la bata blanca sigue siendo imprescindible; la IA, de momento, es el fonendo digital que amplifica su alcance.

Movilidad autónoma: promesas en el carril lento

Los vehículos sin conductor son la niña bonita de todos los power-points sobre “ciudades inteligentes”, pero el asfalto español les está costando más de lo previsto. El estudio Netquest/DE-CIX revela que solo un 23 % de los encuestados ve con buenos ojos subirse a un coche que se conduzca solo, mientras que casi la mitad (49 %) duda de su fiabilidad. Entre los miedos concretos, mandan los fallos técnicos (58 %), los ciberataques (40 %) y, cómo no, la bronca sobre quién paga la factura si el software decide aparcarse contra una farola (36 %).

La reticencia no sorprende cuando se mira la trastienda legal. La Dirección General de Tráfico actualizó en julio de 2025 su guía sobre conducción automatizada, recordando los seis niveles SAE y exigiendo homologaciones específicas antes de que un vehículo pueda soltar las manos para siempre. Traducción libre: semáforo en ámbar permanente hasta que los fabricantes pasen por Ventanilla A.

Aun así, los pilotos ruedan. Málaga fue pionera con el Irizar ie Tram sin conductor, un autobús eléctrico de 12 metros que desde 2021 hace la ronda del puerto en modo autónomo cuando el tráfico lo permite; el World Economic Forum lo sacó en titulares como “primer bus europeo de servicio regular que se conduce solo”.

Fuera del escaparate, la academia corrobora el escepticismo: una encuesta universitaria de marzo de 2025 concluye que el 84 % de los españoles no se plantea usar un vehículo autónomo si no entiende cómo toma decisiones y que la confianza mejora solo cuando el usuario ha tenido contacto previo con la tecnología.

En suma, la hoja de ruta pinta así: pilotos controlados, regulación paso a paso y una opinión pública que pisa el freno hasta que vea datos sólidos de seguridad. O dicho con sorna, el futuro llega… pero preguntando por el DNI en cada peaje.

Empresas españolas: curiosidad, cautela y casos de éxito incipientes

En el mundo corporativo la inteligencia artificial progresa, pero sin fuegos artificiales. Apenas un 19,9 % de las empresas españolas usa algún sistema de IA, según el módulo especial de la Encuesta de Actividad Empresarial del Banco de España publicado en mayo. La mayoría está en fase piloto: solo un 6 % declara un uso “significativo”. Las barreras más citadas son escasez de talento, costes de integración y—clásico de la casa—dudas sobre el retorno de la inversión.

Pese al paso corto, hay faros que alumbran el camino:

BBVA integró en junio un financial coach basado en IA dentro de su app española. El asistente analiza ingresos, gastos y hábitos para sugerir objetivos de ahorro y alertar de descubiertos con suficiente antelación. El banco presume de que la función ya genera entre un 15 % y un 20 % más de uso recurrente de la aplicación.

Iberdrola presentó este año más de 150 casos de uso de IA en su Digital Summit: previsión de producción eólica hora a hora, mantenimiento predictivo que “escucha” las palas de los aerogeneradores y algoritmos que paran turbinas cuando detectan aves a cinco kilómetros. La eléctrica ha certificado incluso su sistema de gestión de IA con la ISO/IEC 42001, adelantándose a la futura IA Act europea.

Entre las pymes, el Kit Digital y los fondos Next Generation han financiado chatbots de atención al cliente y sistemas de visión artificial para control de calidad, pero la foto aún es heterogénea: si la gran empresa va en AVE, la micropyme sigue en cercanías.

El tejido productivo ha pasado de la curiosidad a los prototipos, pero todavía falta músculo—y confianza—para escalar. Hasta que la IA demuestre beneficios tangibles en la cuenta de resultados, el empresario medio seguirá preguntando “¿y esto, aparte de quedar bonito en la memoria anual, en qué me mejora el margen?”. Mientras tanto, los pioneros afinan modelos y acumulan ventaja competitiva… y el resto toma notas, café en mano, desde la grada.

Infraestructura digital: ¿listas las autopistas de datos?

España presume de fibra ‒el país con mayor penetración FTTH de Europa‒ y el plan España Digital 2026 fija un objetivo tajante: cobertura de ≥ 100 Mbps para el 100 % de la población en 2025. El Ministerio de Transformación Digital cifra ya la cobertura fija ultrarrápida en el 92 % en zonas rurales y el 80 % en el total nacional, mientras la 5G alcanza al 69 % de la población; la brecha geográfica se estrecha, pero no desaparece.

En el subsuelo de la nube, los puntos de intercambio de tráfico (IX) marcan la verdadera capacidad. DE-CIX Madrid ha pasado de 60 a más de 250 redes conectadas en cinco años, con picos que ya superan los 1,5 Tbit/s y una capacidad provisionada de 7,7 Tbit/s. El hub madrileño y su gemelo en Barcelona actúan como rotondas digitales que evitan el desvío de datos a Frankfurt o Ámsterdam, ganando milisegundos vitales para cualquier IA que se autoproclame “en tiempo real”.

Aun así, las telecos advierten de que un mar regulatorio “excesivo” puede entorpecer el retorno de las fuertes inversiones que exige la IA, desde micro-data-centers de borde hasta nuevas rutas submarinas como EllaLink. La patronal habla de permisos que se eternizan y tasas municipales que varían “más que el precio de una tapa en la Costa del Sol”.

Perspectiva global: mientras el tráfico en los IX españoles crece un 50 % interanual y el cableado rural avanza a golpe de fondos Next Generation, la asignatura pendiente es la latencia fuera de los grandes núcleos. Una IA médica que avise de una arritmia no puede esperar a que el paquete de datos dé un rodeo turístico por París. Sin backbones de baja latencia y energía renovable barata, España corre el riesgo de ser usuario intensivo de IA… pero proveedor subcontratado de capacidad de cálculo.

Ética y regulación: frenando antes de acelerar

Europa sacó primero el manual de instrucciones y, fiel a su estilo, lo hizo de 121 páginas. El AI Act entró en vigor el 1 de agosto de 2024; las prohibiciones a “riesgo inaceptable” (puntuación social, manipulación subliminal) se aplican desde febrero de 2025, los requisitos para modelos generativos entrarán el 2 de agosto de 2025 y las obligaciones para sistemas de alto riesgo lo harán el 2 de agosto de 2026.
España afina su propia partitura. La Agencia Española de Supervisión de la IA (AESIA) –creada por Real Decreto 729/2023– pilotará el sandbox regulatorio y coordinará las auditorías obligatorias antes de que un algoritmo aterrice en hospitales o tribunales. El anteproyecto de Ley para el Buen Uso y la Gobernanza de la IA, en tramitación, obliga a etiquetar los contenidos generados artificialmente y contempla sanciones de hasta 35 millones de euros o el 7 % de la facturación para quien juegue sucio.

¿Será suficiente? Los expertos advierten de un riesgo de “hiper-compliance”: empresas obsesionadas con rellenar plantillas legales mientras descuidan la robustez técnica. La propia Comisión Europea planea estándares armonizados para evitar que 27 países inventen 27 interpretaciones distintas.

Humor ácido del día: Bruselas ha puesto el freno de mano mientras Madrid instala señales de “precaución, algoritmo en pruebas”. Con tanta señal, al final el riesgo es que el coche ‒o la IA‒ se quede parado en el arcén preguntándose si puede, por fin, arrancar.

En cualquier caso, la dirección está clara: transparencia radical, trazabilidad de datos y multas de campeonato. Si la IA quiere carta de ciudadanía, tendrá que acostumbrarse a llevar la documentación en regla y el historial clínico ,o de código, a mano.

Cerrando la brecha entre uso y confianza

Los números cantan: España adopta la IA más deprisa que la media mundial, pero la confianza sigue en números rojos. Para revertir esa paradoja se están moviendo cuatro palancas clave.

Alfabetización masiva

Docentes primero, ciudadanía después. El programa Experience AI formará a 2 000 profesores de secundaria y, en cascada, a 82 500 alumnos antes de que acabe 2026; el temario va de los fundamentos éticos a proyectos prácticos con modelos generativos.
Iniciativas locales como el curso gratuito de la Junta de Andalucía sobre IA y smart cities —150 horas, orientado a desempleados— apuntan en la misma dirección: que nadie se quede fuera por falta de vocabulario algorítmico.
Bruselas, por su parte, acaba de publicar un repositorio vivo de buenas prácticas para la AI literacy, referencia obligada para gobiernos y empresas.

Transparencia radical y auditorías externas

El AI Act obliga a explicar las decisiones de cualquier sistema “de alto riesgo” a partir del 2 de agosto de 2026; los modelos generativos tendrán que etiquetar contenido un año antes.
España, con la AESIA al timón, prueba ya un sandbox regulatorio que emula las futuras auditorías para hospitales, bancos y administraciones públicas.
El mensaje para los desarrolladores es claro: publicad vuestros ingredientes o preparaos para multas que podrían llegar al 7 % de la facturación global.

Infraestructura de baja latencia y edge soberano

La fibra llega al 92 % del territorio rural y los puntos DE-CIX en Madrid y Barcelona ya mueven más de 1,5 Tbit/s, pero la IA médica o los vehículos autónomos no se conforman con picos: exigen latencia mínima y centros de datos de borde energéticamente eficientes.

Sin esa “autopista de tres carriles”, la experiencia real seguiría atascada en modo prueba.

Confianza como KPI de negocio

Las empresas empiezan a medir la “tasa de aceptación algorítmica” igual que el engagement de una app. Cuando los usuarios saben qué hace su dato, la retención sube y el coste de soporte baja. Nada mal para un parámetro que hace dos años ni siquiera figuraba en los dashboards de dirección.

España flirtea con la IA con la pasión con la que estrena una app de moda, pero mantiene el dedo sobre el botón de “desinstalar” si algo huele raro. El próximo quinquenio decidirá si esa relación evoluciona a convivencia estable o queda en aventura veraniega.

Tres hitos marcarán la diferencia: una infraestructura que no se derrumbe en hora punta, una regulación que premie la transparencia en vez de enterrar a las pymes en papeleo y, sobre todo, una ciudadanía capaz de separar ciencia de marketing. Cuando la IA explique sus porqués con la misma claridad con la que recomienda una serie, la balanza se inclinará —por fin— hacia la confianza.

Hasta entonces, la inteligencia seguirá siendo artificial, pero la desconfianza será muy humana. Y quizá ese es, paradójicamente, el mejor seguro que tenemos para que los algoritmos no pierdan de vista a quién sirven.

Emily Katherine Dawson

Periodista especializada en inteligencia artificial, ética digital y alfabetización tecnológica. Graduada por la Universidad de Texas en Austin, combina divulgación científica con investigación académica. Es autora de varios libros sobre IA y su impacto social, incluyendo "IA en la vida cotidiana" (2021). Su trabajo se centra en promover el pensamiento crítico hacia las tecnologías emergentes y la diversidad en el desarrollo tecnológico.

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