Los trastornos alimentarios como la anorexia, la bulimia y el trastorno por atracón pueden dejar huellas profundas en la salud física y mental de quienes los padecen, incluso mucho tiempo después de iniciar la recuperación. Un estudio exhaustivo realizado por la Universidad de Manchester y publicado en la revista de acceso abierto BMJ Medicine destaca los riesgos a largo plazo asociados con estos trastornos, subrayando la imperiosa necesidad de un apoyo continuado.
Impacto prolongado en la salud
Los hallazgos revelan que los problemas de salud derivados de los trastornos alimentarios no son solo inmediatos, sino que pueden persistir durante años. Los investigadores analizaron registros médicos de más de 24 000 personas diagnosticadas con un trastorno alimentario entre 1998 y 2018 en Inglaterra. Durante el primer año tras el diagnóstico, los pacientes tenían seis veces más probabilidades de sufrir insuficiencia renal y casi siete veces más de padecer enfermedades hepáticas.
Además, los riesgos de osteoporosis, insuficiencia cardíaca y diabetes también mostraron incrementos significativos. Pasados cinco años, los riesgos de insuficiencia renal y enfermedades hepáticas seguían siendo entre 2,5 y 4 veces mayores que en la población general.
Consecuencias mentales y riesgo de muerte
Los efectos sobre la salud mental son igualmente alarmantes. Un año después del diagnóstico, las tasas de depresión eran siete veces más altas y las de autolesiones superaban nueve veces la media. La mortalidad también se vio afectada, con un riesgo de muerte no natural, incluido el suicidio, que era cuatro veces mayor en el primer año y continuaba siendo dos a tres veces mayor tras cinco años.
Los investigadores advierten que, aunque se conocen las consecuencias negativas, los efectos a largo plazo requieren más atención y un enfoque más cohesionado en la atención médica. Proponen un fortalecimiento de los servicios de salud, tanto físicos como mentales, para ofrecer un apoyo integral a los pacientes en recuperación.
Este estudio pone de relieve la urgencia de concienciar a los profesionales sanitarios sobre la gravedad de los trastornos alimentarios y la necesidad de un seguimiento continuo para gestionar eficazmente la salud de los pacientes.
