La tensión en el flanco oriental de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) ha aumentado notablemente tras las recientes incursiones de aviones militares rusos en el espacio aéreo de Estonia y Polonia. Este viernes, ambos países denunciaron la presencia de cazas rusos en áreas estratégicas del mar Báltico, apenas una semana después de que se produjeran incidentes con drones que llevaron a consultas urgentes dentro de la Alianza Atlántica.
El Ministerio de Defensa de Estonia reportó que tres cazas MiG-31 rusos penetraron durante casi 12 minutos en su espacio aéreo sobre la isla de Vaindloo, en el golfo de Finlandia. Las aeronaves volaban sin planes de vuelo, con transpondedores apagados y sin comunicación con los controladores aéreos, lo que activó las alarmas en una zona muy transitada por aviones comerciales. La respuesta fue rápida: cazas F-35 italianos, desplegados en la base de Ämari como parte de la misión de Policía Aérea del Báltico, despegaron en modo de alerta rápida (QRA) e interceptaron a los aparatos rusos, obligándolos a abandonar el espacio aéreo estonio.
Tallin calificó este incidente como la cuarta violación de su espacio aéreo en lo que va de año, subrayando que esta acción fue «descarada y sin precedentes» debido a la participación simultánea de tres cazas.
Incursiones en Polonia y la respuesta de la OTAN
Casi de forma simultánea, la guardia fronteriza polaca informó que otros dos cazas rusos sobrevolaron a baja altura la plataforma petrolífera Petrobaltic, situada a unos 70 kilómetros de la costa de Gdansk. Varsovia denunció que este episodio representa una amenaza directa a la seguridad de infraestructuras críticas en el mar Báltico, notificando el incidente a sus Fuerzas Armadas y a los socios de la OTAN. Este hecho ocurre tras la reciente incursión de 19 drones rusos en espacio aéreo polaco, lo que llevó a Varsovia a invocar el artículo 4 del Tratado del Atlántico Norte y a reforzar su cooperación militar con los aliados.
Estos incidentes no son aislados, ya que en los últimos meses, los países bálticos y Polonia han denunciado un patrón creciente de maniobras rusas que incluyen vuelos no identificados, perturbaciones del sistema GPS, sabotajes de cables submarinos y operaciones de desinformación. Para Tallin y Varsovia, se trata de una estrategia híbrida destinada a erosionar la seguridad regional y a probar los límites de la respuesta aliada sin cruzar la línea de un enfrentamiento directo.
Reacciones de la UE y la OTAN
La alta representante de la UE para Asuntos Exteriores, Kaja Kallas, describió el episodio como una “violación extremadamente peligrosa”, exigiendo una reacción coordinada. Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, respaldó a Tallin y afirmó que “responderemos a cada provocación con determinación, al tiempo que invertimos en un flanco oriental más fuerte”.
Por su parte, la OTAN confirmó la interceptación de los cazas rusos, enfatizando que estos actos constituyen “otro ejemplo de la temeridad rusa y de la capacidad de respuesta inmediata de la Alianza”. España, junto a otros socios, ya participa en la misión “Centinela Este”, desplegando cazas y aviones de reabastecimiento en el Báltico como parte del refuerzo de la defensa colectiva.
Las provocaciones rusas coinciden con el anuncio del decimonoveno paquete de sanciones de la Unión Europea contra Moscú, que incluye restricciones más severas a las importaciones de gas natural licuado. Desde el Kremlin, el portavoz Dmitri Peskov acusó a los países europeos de “fomentar la confrontación” y de obstaculizar una salida negociada a la guerra en Ucrania.
La simultaneidad de las sanciones y las maniobras aéreas refuerza la percepción de que Rusia utiliza su aviación militar como instrumento de presión política, buscando dividir a los aliados y medir su disposición a responder de manera conjunta.
La sucesión de incidentes —drones en Polonia y Rumanía, cazas en Estonia y el Báltico— muestra que el flanco oriental de la OTAN vive en un estado de alerta constante. Para países como Estonia, que se perciben en primera línea del pulso estratégico con Moscú, cada incursión es un recordatorio de su vulnerabilidad geográfica y de la necesidad de una respuesta rápida y unificada.
La Alianza Atlántica se enfrenta al desafío de disuadir sin escalar. Cada interceptación evita un incidente mayor, pero también alimenta un clima de tensión que podría derivar en un error de cálculo. Lo ocurrido este viernes confirma que Rusia seguirá probando a la OTAN, y que la unidad aliada será puesta a examen tantas veces como Moscú lo considere oportuno.