Barcelona ha sido señalada como la segunda ciudad europea con los precios de alquiler más altos en relación con los salarios, solo superada por Lisboa. Este alarmante dato pone de manifiesto la negligencia de las administraciones públicas en abordar un problema que se ha ido agravando con el tiempo y que debería haberse resuelto mucho antes. A lo largo de los últimos diez años, el precio de la vivienda en la Unión Europea ha aumentado un 60,5%, según datos de Eurostat, pero no de manera uniforme; en España, el incremento alcanza el 72%, mientras que en Alemania es del 51,3%, en Francia del 26,6% y en Italia del 13,3%.
Este desbalance en los precios y salarios explica que la edad media de emancipación de los jóvenes en países como Francia o Alemania sea de 23 años, mientras que en España se sitúa ya en 30 años y sigue aumentando. La situación en Barcelona es particularmente preocupante, ya que el pago del alquiler consume el 74% del salario medio de la ciudad. Esto implica que, para poder acceder a una vivienda, es necesario contar con al menos dos salarios, y aún así, muchas familias no llegan a final de mes.
La nueva clase trabajadora y la desigualdad
Con más del 40% de la población viviendo de alquiler, se está formando una nueva clase de ciudadanos que, a pesar de tener trabajo —y en muchos casos, más de uno— no logran cubrir sus necesidades básicas. Esto ha llevado a que la ciudadanía perciba el problema de la vivienda como la principal fuente de desigualdad social en la ciudad. Sin embargo, el aumento de los precios de alquiler y compra no es el único factor que ha contribuido a esta crisis. En Barcelona y Madrid, la situación es aún más grave debido a la devaluación salarial que afecta especialmente a los jóvenes que comienzan en el mercado laboral.
Una de las herencias más desastrosas de la oleada neoliberal de los años ochenta ha sido la contrarreforma laboral, que ha generado precariedad e inseguridad en la vida de las nuevas generaciones. Este desafío no se resolverá únicamente construyendo más viviendas, ni siquiera más viviendas sociales. La economía de Barcelona, dependiente en gran medida del sector turístico —que representa el 14% del PIB y genera 150 000 empleos directos— está caracterizada por largas jornadas y bajos salarios, lo que agrava la situación.
Un mercado dual y la necesidad de soluciones integrales
Como ciudad de éxito global, Barcelona atrae a profesionales de sectores como la biomedicina y la tecnología, así como a nómadas digitales y creativos con alto poder adquisitivo, lo que eleva los precios de la vivienda. Sin embargo, también recibe a un número creciente de migrantes con poca cualificación y bajo poder adquisitivo que nunca podrán acceder a esos precios. Esta dinámica está llevando a una dualización de la ciudad metropolitana, marcada por la gentrificación y la segregación social.
Es crucial que se implementen políticas que fomenten la creación de viviendas asequibles y que se reduzcan los precios del alquiler y de la compra. Igualmente, es necesario mejorar el salario medio de la ciudad, ya que este es el verdadero indicador de progreso y bienestar social. La solución a la crisis de la vivienda en Barcelona requiere un enfoque integral que contemple tanto la oferta de vivienda como la mejora de las condiciones laborales y salariales de sus ciudadanos.
