Hoy, 18 de julio, se conmemora el aniversario del inicio de la guerra civil española, un conflicto que dejó profundas cicatrices en la sociedad y que, a día de hoy, invita a una reflexión sobre la convivencia democrática y los peligros de la polarización. El enfrentamiento de ideas y políticas irreconciliables ha demostrado que el odio puede destruir la convivencia y socavar los cimientos de la democracia.
En un contexto donde los discursos se han vuelto más agresivos, se observa una tendencia alarmante a buscar chivos expiatorios y difundir bulos, lo que impide el diálogo constructivo en cualquier foro, ya sea parlamentario o social. La hipocresía en la política debe ser erradicada y, para ello, es fundamental que cualquier gobierno asuma las concesiones necesarias para mantener el diálogo y la estabilidad democrática.
Lecciones del pasado: el legado de Adolfo Suárez
Un claro ejemplo de lo que significa la negociación y el respeto al contrato social es el del ex presidente Adolfo Suárez durante el periodo de transición en 1976 y los primeros meses de 1977. Su liderazgo facilitó un camino hacia la reconciliación y la convivencia, demostrando que un gobierno y una oposición dispuestos a negociar pueden transformar los conflictos en oportunidades de diálogo.
Es esencial que los poderes públicos, incluidos los tribunales y las fuerzas de seguridad, actúen de manera ética y profesional, escuchando a todas las partes y reduciendo las injusticias sociales. Los problemas actuales, como la vivienda, los bajos salarios de los jóvenes y las carencias educativas, requieren acciones responsables y comprometidas por parte de la mayoría parlamentaria.
La correcta administración del dinero público es otro aspecto crucial. La corrupción debe ser combatida con firmeza, y aunque la erradicación total puede parecer utópica, al menos se debe exigir un esfuerzo continuo por disminuirla y denunciar cualquier indicio de mal manejo. La coherencia entre lo que se dice y lo que se hace es vital para mantener la confianza en la política y en la democracia.
El peligro de la desinformación y el lenguaje de la violencia
El mensaje principal que debe prevalecer en una democracia es el respeto a las minorías no violentas y la importancia de mantener un diálogo educado. Los discursos de odio y las convocatorias a la violencia deben ser atajados con firmeza. Reducir el ruido, los bulos y la confusión es esencial para evitar que mentiras y desinformación conduzcan a la sociedad a un nuevo enfrentamiento trágico.
Resulta inconcebible olvidar las lecciones del pasado, cuando un enfrentamiento violento dejó un saldo de medio millón de muertos y más de cuatrocientos mil exiliados. La historia nos enseña que el colapso de un régimen constitucional suele desembocar en autoritarismo y dictadura. Ejemplos como el ascenso del nazismo en Alemania en 1933 o la proclamación de la República Popular China en 1949 nos recuerdan que la democracia es un bien frágil que debe ser defendido constantemente.
En la actualidad, observamos cómo la imagen de un candidato se ha convertido en un símbolo de una narrativa distópica que puede amenazar la economía mundial y la estabilidad social. La lucha por la libertad y la defensa de valores democráticos deben ser prioridades para todos los actores políticos, quienes deben abandonar un lenguaje que erosione los cimientos de la convivencia pacífica.
La distopía, en contraposición a la utopía planteada por Tomás Moro, busca una sociedad con niveles mínimos de crimen, violencia y corrupción. Sin embargo, el discurso actual de algunos políticos refleja una sociedad acrítica y desmemoriada que no valora lo común como base de la convivencia y diluye la solidaridad. Por ello, es fundamental que los ciudadanos y los líderes políticos trabajen juntos para construir un futuro basado en el respeto, el diálogo y la comprensión mutua.
