La educación y el respeto en el trato verbal han sufrido un notable deterioro en nuestra sociedad, donde la vulgaridad se impone con rapidez. Este fenómeno se evidencia en diversas interacciones cotidianas, donde el uso de términos cada vez más informales está reemplazando la cortesía tradicional. El escritor cubano Leonardo Padura se refiere a esta situación como «La urbanidad perdida», un concepto que captura la degradación de las formas de comportamiento adecuadas que son esenciales para la convivencia.
En el ámbito académico, por ejemplo, se mantiene la costumbre de dirigirse a los asistentes como «señoras y señores», un gesto que refleja el respeto que merecen todos los presentes. Sin embargo, parece que este tipo de formalidad está en peligro de extinción, ya que cada vez son más comunes los saludos informales. Expresiones como «amigo», «hijo» o «colega» se han generalizado, incluso en contextos donde no hay una relación previa. Este cambio de trato ha sido especialmente notorio en el ámbito sanitario, donde se utiliza el término «abuelos» para referirse a personas mayores, sin que exista un lazo familiar.
La experiencia cotidiana en un mundo cambiante
Un día a finales de julio, viví en carne propia esta tendencia. Al llegar a una empresa para realizar un trámite, el recepcionista me saludó con un «hola, amigo», a pesar de que nunca nos habíamos visto antes. Esta informalidad continuó cuando, al salir, me pidió mi nombre y apellidos de manera alarmada, llamándome nuevamente «amigo». Tras esta experiencia, me dirigí a un domicilio en Triana para recoger la firma de una paciente y fui recibido con un «buenos días, hijo», que se repitió al despedirme.
Mi camino continuó hacia el puente de Triana, donde un vigilante me detuvo porque estaban rodando una película. Al preguntar cuánto tiempo tardarían en abrir el paso, me respondió: «colega, unos 20 minutos». Este uso de «colega» resulta irónico, ya que nunca he trabajado en esa función. A los diez minutos, el vigilante permitió el paso, llamando a los presentes «chicos», un término que también parece haberse normalizado.
La evolución del lenguaje y sus implicaciones
Al cruzar el puente, me detuve a observar el decorado de la película, donde un individuo con aspecto de cineasta me dijo: «no te pares compañero, circula». La sorpresa fue mayúscula, ya que no me sentía identificado con el término «compañero». En la siguiente etapa de mi día, un mendigo se acercó pidiendo dinero para desayunar y, al no atender su solicitud, insistió: «venga, socio, que tengo hambre». Curiosamente, no recordaba haber tenido un socio con tal situación de necesidad.
Finalmente, decidí entrar a un bar cercano para desayunar. Al pedir la cuenta, un camarero novato se dirigió al encargado llamándome «el de la columna», lo que generó cierta confusión. Al final, el joven camarero trajo la factura, y tras pagar, estuve a punto de responderle con un «vale, tío». Este tipo de lenguaje refleja una transformación en las interacciones sociales, donde el respeto y la formalidad están siendo desplazados por términos coloquiales que, aunque comunes, pueden restar valor a la dignidad de los individuos.
La situación actual implica una reflexión necesaria sobre cómo nos comunicamos y la importancia de recuperar formas más respetuosas en nuestras interacciones diarias. La urbanidad, como bien señala Padura, es un aspecto fundamental para la convivencia en sociedad y merece ser preservada.
