La reciente propuesta de paz impulsada por Donald Trump y Vladimir Putin para Ucrania ha generado preocupación respecto a la estabilidad de las relaciones transatlánticas y el futuro de la región. Este plan, que sigue un modelo similar al de Gaza, se basa en una diplomacia secreta y transaccional, dejando de lado a los países directamente afectados y priorizando a interlocutores privilegiados como Benjamín Netanyahu y el propio Putin.
La estrategia de Trump consiste en establecer un Consejo de la Paz que él mismo presidiría, acompañado de un comité bilateral de seguimiento entre Rusia y Estados Unidos. Este enfoque se realiza a espaldas de los europeos y ucranianos, quienes son consultados solo cuando el «plato ya está cocinado». El plan exige a Ucrania una compensación económica sustancial, similar a la que se contempla para Gaza, donde los intereses inmobiliarios del yerno de Trump jugarían un papel crucial.
Condiciones impuestas y soberanía comprometida
En este contexto, Ucrania se ve obligada a aceptar condiciones draconianas que incluyen cambios en su Constitución y en las normas de la OTAN. Se exige que Ucrania no sólo renuncie a su aspiración de formar parte de la OTAN, sino que también debe convocar elecciones en un plazo de cien días y ajustar su gobierno a las exigencias impuestas por los líderes estadounidenses y rusos. Este escenario se asemeja al establecimiento de gobiernos títeres en países ocupados tras la Segunda Guerra Mundial.
Además, el plan contempla la limitación del tamaño de las Fuerzas Armadas de Ucrania y la explotación de recursos naturales y centrales nucleares con la participación de Rusia. Las acusaciones sobre el trato a las minorías y las conexiones con el nazismo también son parte del discurso que legitima esta nueva «paz». Trump y Putin se convierten así en los únicos soberanos, ignorando la soberanía de Ucrania y de los socios de la OTAN.
Un cambio de paradigma geopolítico
Este acuerdo no sólo significa una capitulación para Ucrania, sino que también representa una amenaza para el orden democrático y las normas internacionales. Mientras que en Gaza se logró un alto el fuego frágil que precede a la paz, en Ucrania es la aceptación de la paz lo que se impone antes de cualquier alto el fuego, todo en función de los intereses de Putin.
A diferencia de lo que ocurre en Gaza, donde aún hay esperanzas de avanzar hacia la idea de dos Estados, en Ucrania se dibuja un sombrío horizonte de autocracia bajo el patrocinio de Estados Unidos. Las inquietantes declaraciones de Trump sobre el Tratado Atlántico, que plantea un diálogo entre Rusia y la OTAN, evidencian la intención de debilitar el lazo transatlántico, lo que podría llevar a la OTAN a una decadencia similar a la del Pacto de Varsovia tras su desaparición en 1991.
La propuesta actual, que promete garantías a ambos lados, resulta irónica dado que Rusia nunca ha considerado a Ucrania como una amenaza. En este contexto, los europeos sienten la angustia de una nueva era de incertidumbre, mientras que Trump y Putin avanzan con sus planes, desdibujando las líneas de la soberanía y el orden internacional establecido.
