Las celebraciones navideñas han cobrado un nuevo sentido en los últimos años, especialmente en localidades como Vigo, que se ha convertido en un referente con su impresionante despliegue de luces. La ciudad gallega ha superado los 12 millones de luces LED, generando un espectáculo que atrae a miles de visitantes cada diciembre. Sin embargo, este fenómeno ha desatado un debate sobre la verdadera esencia de la Navidad y los valores que se están perdiendo en el camino.
La carrera por la mayor y más brillante decoración ha llevado a muchos municipios a competir en un juego de ostentación, donde la cantidad de luces se ha convertido en un símbolo de éxito. ¿Cómo se mide la grandeza de una celebración? La respuesta parece estar en los lúmenes y en los metros de altura de los árboles de Navidad. Sin embargo, muchas voces críticas sugieren que esta superficialidad está erosionando el verdadero significado de la Navidad.
Un vacío tras el brillo
La autora de este análisis expresa su descontento con el enfoque actual de las festividades, describiendo la Navidad como un momento de «paz y amor impostado», donde la felicidad parece ser solo una fachada. La música estridente de artistas como Mariah Carey o David Bisbal se ha apoderado del ambiente, convirtiendo las calles en un bullicio constante que, lejos de evocar sentimientos de alegría genuina, se asemeja más a una «excitación colectiva» diseñada para estimular el consumo y el turismo. En este contexto, la pregunta es: ¿qué queda de la tradición?
La autora menciona tradiciones más auténticas que han perdurado a lo largo del tiempo, como la pareja navarra de carboneros Olentzero y Mari Domingi, que descienden de las montañas para repartir regalos, o el Apalpador, un personaje gallego que trae castañas y regalos a los niños. Estas tradiciones son ejemplos de cómo la Navidad puede ser celebrada con significado y conexión emocional, en lugar de dejarse llevar por el consumismo y la ostentación.
Las tradiciones que perduran
En localidades como Sanzoles, donde el Zangarrón recorre las calles el 26 de diciembre, o en Braojos de la Sierra, con su danza pastoril de La Pastorela, se preservan costumbres que realmente conectan a la comunidad con su identidad y patrimonio emocional. Estas celebraciones, aunque probablemente también adornadas con luces, tienen un propósito más profundo que el mero espectáculo. Son relatos que interpelan directamente a la comunidad, recordando la historia y las raíces de su cultura.
La autora reflexiona sobre sus recuerdos personales, como la cabalgata de los Reyes Magos, donde la maravilla de la infancia se entrelazaba con la simplicidad de la experiencia. Estas memorias, más que el brillo de las luces, son las que realmente construyen un sentido de pertenencia y alegría. En definitiva, la esencia de la Navidad no se encuentra en la cantidad de luz que se proyecta, sino en las conexiones humanas y las tradiciones que nos unen a lo largo del tiempo.
Este año, mientras las ciudades se visten de gala con su despliegue luminoso, es momento de cuestionar qué celebramos realmente y cómo podemos recuperar la profundidad y el significado que la Navidad debería tener en nuestras vidas.
