Durante la celebración del centenario de Antoni Tàpies, el director Albert Serra presentó su última obra, «fe sin obras muerta es», en el Museu Tàpies de Barcelona. Este trabajo, de 52 minutos, consiste en una serie de ocho segmentos que combinan imágenes abstractas con un mosaico sonoro creado por Marc Verdaguer, habitual colaborador de Serra. La proyección tuvo lugar en el marco del Festival Loop, y estuvo acompañada de un coloquio entre el cineasta y el periodista Joan Burdeus.
En un discurso apasionado, Serra expresó su desdén hacia el cine contemporáneo, afirmando que «el 99% del cine es estúpido, un cien por cien en el caso del cine español». El director retó al público a citar «una sola película» sobre un artista plástico que sea buena, asegurando que «no hay ninguna», y subrayando que un pintor como Tàpies, si hubiera querido hacer una película, «la habría hecho».
Una propuesta cinematográfica diferente
La obra de Serra se caracteriza por su enfoque irónico, incluyendo «subtítulos absurdos que no subtitulan», extraídos de frases de los cuadros de Tàpies. Según el cineasta, esta inversión en la obra visual es poco común, pero necesaria para imponer una cierta lógica en el relato. Serra también defendió su estilo de trabajo: «Uno de mis aciertos es que yo lo filmo todo», destacando que tiene más de 700 horas grabadas de su proyecto anterior, «Tardes de soledad». Esta acumulación de material le permite seleccionar lo mejor de su trabajo.
En cuanto a su próximo proyecto, que cuenta con un elenco estadounidense, incluyendo a Riley Keough, Serra declaró: «Flipáis, porque mi cine ya es una farsa total». Este comentario provoca una reflexión sobre la naturaleza del cine y la realidad, planteando preguntas sobre la percepción del mundo y el arte. El director señaló que ha detectado «una atmósfera absolutamente nueva» en las imágenes que ha montado, lo que, según él, «no coincide con nada que haya hecho nunca nadie».
El papel del artista en la sociedad actual
Serra también abordó el tema de la corrección política, considerándola como «una desgracia» que ha transformado la forma en que se percibe al artista. Criticó la falta de riesgo y autenticidad en el arte contemporáneo, sugiriendo que antes se admiraba a aquellos que se atrevían a decir lo que no se puede decir. En este sentido, estableció un paralelismo entre su obra y la de Tàpies, a quien describió como un artista que «no era especulativo» y que tenía su propio universo.
Al finalizar su intervención, el cineasta reafirmó su derecho a crear sin la presión de la opinión pública, manteniendo que «hay una cierta delicadeza al no tener en consideración para nada al espectador». Esta posición refleja su compromiso con la autenticidad artística, a pesar de las críticas y presiones externas.
