Un estudio internacional ha revelado que los traumas sufridos por los cachorros en sus primeros meses de vida pueden ser responsables de la agresividad que muestran los perros en su edad adulta. Publicado en la revista Scientific Reports, este trabajo se basa en datos de más de 4.000 dueños de perros y examina la relación entre la adversidad temprana y las conductas agresivas del animal.
Los investigadores plantearon una inquietante pregunta: ¿por qué algunos perros se tornan agresivos o temerosos, mientras que otros, incluso en contextos difíciles, muestran estabilidad emocional? Para resolver esta interrogante, se realizó una encuesta a 4.497 propietarios de 211 razas diferentes. Los cuestionarios incluían información sobre la historia vital del perro, las condiciones de crianza, su entorno actual y si habían sufrido experiencias adversas antes de cumplir seis meses.
Además, los dueños completaron una prueba estandarizada de comportamiento, conocida como C-BARQ (Canine Behavioral Assessment and Research Questionnaire), que mide de manera objetiva el nivel de agresividad y miedo en los perros. Con esta información, el equipo de investigadores aplicó modelos estadísticos avanzados para determinar si las conductas agresivas eran consecuencia de la genética, el entorno o una combinación de ambos factores.
Impacto de los traumas en el comportamiento canino
Los resultados del estudio fueron concluyentes: los perros que habían experimentado situaciones traumáticas en sus primeros seis meses mostraban una probabilidad significativamente mayor de desarrollar conductas agresivas o temerosas en la adultez. Este efecto se mantuvo constante independientemente del sexo, la edad o si el animal había sido esterilizado. Este hallazgo refuerza la idea de que, al igual que en los humanos, los primeros meses de vida son cruciales para el desarrollo emocional y social de los perros.
No obstante, el estudio también reveló diferencias significativas entre razas. En razas como los huskies siberianos y el esquimal americano, los traumas tempranos parecían potenciar la agresividad y el miedo de manera más acentuada. En cambio, razas como los golden retriever y los labrador retriever mostraron una notable resiliencia: incluso ante experiencias difíciles, su comportamiento adulto no variaba de forma significativa. Esta diversidad sugiere que los genes pueden actuar como moduladores del impacto ambiental.
Interacción entre genética y medio ambiente
Los autores del estudio resumieron sus conclusiones de forma clara: “La ascendencia genética y la experiencia individual interactúan para determinar el comportamiento socioemocional de los perros domésticos, confirmando que se trata de un fenómeno de interacción entre genes y ambiente”. Esto implica que la agresividad no depende únicamente de la raza o la crianza, sino de cómo ambos factores se entrelazan durante el desarrollo.
El diseño de la investigación combinó herramientas estadísticas con la observación directa del comportamiento, lo que permitió a los investigadores descartar hipótesis simplistas. Se comprobó, por ejemplo, que la agresividad no está asociada exclusivamente a razas específicas, sino a cómo ciertas predisposiciones genéticas responden a un entorno hostil o inestable. Los resultados también destacan que el estrés temprano puede alterar la respuesta hormonal de los perros, modificando su tolerancia a la frustración y su capacidad de adaptación.
El estudio no solo señala un problema, sino que también abre líneas de investigación futuras. Los científicos sugieren realizar estudios genéticos que permitan identificar qué genes están vinculados a la agresividad y cuáles otorgan resiliencia ante el trauma. Con esta información, sería posible diseñar programas de cría más responsables y estrategias de socialización temprana que reduzcan el riesgo de comportamientos problemáticos.
En términos prácticos, los hallazgos aportan una base científica para comprender mejor la importancia de la etapa de socialización canina. Aunque el estudio no emite juicios morales, sus conclusiones evidencian que la interacción entre biología y entorno es más compleja de lo que se pensaba. La agresividad, en última instancia, no surge del instinto puro, sino de una combinación de experiencias, genética y aprendizaje que comienza mucho antes de que el perro llegue a su nuevo hogar.