Las fiestas patronales en España, que se celebran en numerosos pueblos durante los meses de julio y agosto, continúan siendo un reflejo de tradiciones que a menudo excluyen a una gran parte de la población. En pleno siglo XXI, todavía se organizan actividades que parecen ancladas en el pasado, incluyendo procesiones, misas y eventos taurinos que no responden a la diversidad de creencias y opiniones de los ciudadanos actuales.
Un regreso al pasado
La persistencia de estas celebraciones, que superan el 70% en actividades taurinas y religiosas, contrasta con el deseo de muchas personas de que las fiestas sean más inclusivas y representativas. En muchos de estos pueblos, el peso de la tradición parece imponerse sobre el progreso, lo que provoca una sensación de retroceso hacia épocas pasadas. Este fenómeno es visible no solo en la organización de los eventos, sino también en la nomenclatura, ya que aún se utilizan términos como «fiestas patronales» en lugar de «fiestas populares».
Las calles de muchas localidades están repletas de nombres que recuerdan a figuras del franquismo, lo que resulta chocante frente a la Ley de Memoria Democrática. Esta situación no solo es defendida por los ancianos del lugar, sino que también se observa un creciente conservadurismo entre los jóvenes, quienes, nacidos en el siglo XXI, parecen aferrarse a un pasado que debería ser superado.
Un cambio necesario
La falta de evolución en estas fiestas es preocupante, ya que refleja un estancamiento cultural y social que no se corresponde con los valores de libertad y diversidad del presente. La necesidad de transformar las fiestas en espacios que fomenten la convivencia y el respeto por todas las creencias es imperativa. Las celebraciones deben pasar de ser un mero reflejo de un pasado conservador a convertirse en verdaderas fiestas populares que celebren la cultura y la diversidad.
El desafío está en que los partidos políticos, especialmente los de izquierda, adopten una postura proactiva para impulsar este cambio. El miedo al cambio y la presión de grupos conservadores no deberían ser un impedimento para avanzar hacia una sociedad más inclusiva. Las fiestas no pueden ser un campo de batalla ideológico; deben ser un espacio de encuentro, donde todos los ciudadanos se sientan representados y libres.
En conclusión, España se enfrenta a la necesidad de revisar sus tradiciones festivas para que estas reflejen la pluralidad de su sociedad actual. La lucha por unas fiestas que no sean ultracatólicas ni franquistas es esencial para alcanzar una verdadera libertad y concordia. La evolución de estas celebraciones no solo es un deseo de algunos, sino una demanda de la sociedad contemporánea que anhela dejar atrás una España en blanco y negro y avanzar hacia un futuro más colorido e inclusivo.
