La muerte en directo del streamer francés Raphaël Graven, conocido como Jean Pormanove, ha puesto en el centro del debate la ética de las redes sociales y la responsabilidad de quienes consumen este tipo de contenido. Graven, exmilitar con 600.000 seguidores, falleció mientras dormía ante 10.000 usuarios, tras haber sido sometido a humillaciones y vejámenes durante más de 300 horas por otros streamers, incluidos miembros de su propia familia.
La tragedia ha suscitado preguntas inquietantes sobre la naturaleza del consentimiento en el ámbito digital. Graven participaba de forma voluntaria en lo que se conoce como contenido «trash» o basura, donde los límites de la dignidad humana son a menudo traspasados en busca de likes y seguidores. Sin embargo, la cuestión del consentimiento se complica cuando se considera el estado mental y emocional de una persona, así como su situación económica. ¿Es válido el consentimiento si una persona está en una situación vulnerable?
La responsabilidad colectiva en la era digital
El debate se ha centrado no solo en las plataformas como Kick, que permitieron este tipo de contenido, sino también en la responsabilidad de los espectadores. Durante las horas de humillación, ninguno de los espectadores denunció lo que sucedía, lo que plantea un dilema moral sobre el papel que juega la audiencia en la normalización de la violencia y la degradación en las redes sociales.
Las redes sociales amplifican lo peor de nuestra naturaleza, exponiéndonos a la toxicidad y la violencia, lo que conduce a una desensibilización ante las humillaciones ajenas. En una sociedad donde la violencia se ha normalizado, los usuarios parecen aceptar este contenido como una forma de entretenimiento. Los títulos de muchos vídeos en plataformas como YouTube utilizan un lenguaje violento, ya que esto atrae más clics y contribuye a su viralidad.
Un modelo de negocio cuestionable
Las grandes plataformas no solo permiten, sino que promueven contenido que genera emociones negativas intensas, ya que su modelo de negocio depende de la atención que este tipo de contenidos atrae. En 2024, TikTok ganó 33.000 millones de dólares, Meta obtuvo 62.360 millones de dólares y Alphabet alcanzó 100.118 millones de dólares. A pesar de las repercusiones negativas que esto puede tener en la salud mental y física de los usuarios, las plataformas continúan beneficiándose a expensas del bienestar de sus usuarios.
La realidad que se retrataba en la serie distópica Black Mirror se ha vuelto cada vez más palpable, y la pérdida de una vida humana parece no resonar en la comunidad digital. Lo que debería ser un punto de inflexión ha pasado desapercibido para muchos, que siguen consumiendo contenido sin cuestionar su origen o sus consecuencias.
Es fácil indignarse ante sucesos trágicos como el de Raphaël Graven, pero la verdadera responsabilidad recae en la comunidad de usuarios que, al consumir y apoyar este tipo de contenido, perpetúan un ciclo de violencia y deshumanización. La adicción a las redes sociales y su impacto negativo en la salud mental de los jóvenes son preocupaciones que requieren atención inmediata, así como un cambio en los hábitos de consumo digital.
La muerte de Graven es un recordatorio doloroso de que las redes sociales, lejos de ser solo una herramienta de conexión, pueden convertirse en un espacio donde se normaliza la violencia y la explotación. Es hora de que tanto plataformas como usuarios reflexionen sobre su papel en esta dinámica y tomen medidas para evitar que tragedias como esta se repitan.