Desde el inicio de la Revolución Industrial, el ser humano ha ido alejándose de su esencia espiritual, priorizando lo material por encima de todo. En la actualidad, en el siglo XXI, muchos creen que su existencia se limita a la materia, olvidando que todo termina con la muerte. Esta desconexión ha llevado a comportamientos autodestructivos entre los jóvenes y adultos, quienes buscan en el alcohol y las drogas una forma de evasión de la realidad.
La sociedad contemporánea muestra un preocupante fenómeno en el que el sufrimiento ajeno parece ser motivo de diversión para algunos. La mente, que debería estar al servicio del espíritu, se ha convertido en un arma de destrucción, alimentando ambiciones desmedidas y la búsqueda incesante de poder. Pero, ¿qué es lo que realmente se persigue en esta constante carrera por la riqueza y la propiedad?
Es esencial recordar que la muerte acecha en cada rincón de nuestras vidas. A pesar de los avances en medicina y tecnología, como el hecho de haber llegado a la Luna, la vulnerabilidad del ser humano sigue siendo evidente. Las fuerzas de la naturaleza y del cosmos pueden arrasar con todo en cuestión de horas. Un simple evento, como un incendio o un tornado, puede poner fin a lo que consideramos seguro.
La solución radica en un cambio de perspectiva. Debemos aprender a auto-programarnos en la vida, orientándonos hacia la protección de la existencia, el cuidado de los demás y la búsqueda de la trascendencia. Este enfoque es la única vía para corregir el rumbo de una sociedad que se ha desviado de su línea coherente y ha olvidado su conexión con lo espiritual.
La reflexión es necesaria en tiempos donde la materialidad parece dominar nuestras vidas. Es vital restablecer esa conexión con nuestra psique y entender que, aunque seamos seres de progreso, seguimos siendo vulnerables ante los caprichos de la naturaleza y del universo. La búsqueda de un sentido más profundo puede ser el camino hacia una vida más plena y equilibrada.
