La vida de José Antonio Herrero Sagrado, un agricultor de Ledesma, ha dado un giro inesperado en los últimos años. Tras años dedicándose al campo, donde cultivaba y criaba ganado, la falta de rentabilidad le ha llevado a buscar un segundo sustento, convirtiéndose en enterrador en el cementerio de San Carlos Borromeo en Salamanca.
Desde hace cinco años, José Antonio compagina su trabajo como enterrador con su pequeña ganadería. Aunque el oficio es duro, reconoce que ya forma parte de su vida cotidiana y que le proporciona una estabilidad que el campo por sí solo ya no puede ofrecer. “Llevo cinco años trabajando aquí”, comenta con serenidad.
Una nueva rutina entre la tierra y el cementerio
El inicio de su jornada laboral es temprano, dedicándose a preparar sepulturas, limpiar pasillos y asistir a los entierros. “Nosotros vemos una caja, no el cuerpo, pero cuando toca hacer reducciones y el cuerpo no está descompuesto, eso impresiona más”, explica. Su experiencia en el campo le ha proporcionado una fortaleza mental que le ayuda a sobrellevar los momentos más difíciles de su trabajo. “He estado toda la vida viendo animales, trabajando con la pala… esto no me coge de nuevas”, asegura.
La llegada del Día de Todos los Santos provoca un aumento en la actividad del cementerio. “Estos días hay más movimiento, recogemos flores, limpiamos… la gente viene antes porque el 1 de noviembre esto se llena”, destaca José Antonio. Sin embargo, también observa una tendencia preocupante: “Viene sobre todo la gente mayor. Los jóvenes ya no tienen la misma mentalidad de antes”.
Reflexiones sobre la vida y la muerte
Para José Antonio, los cementerios son espacios que combinan “tristeza y paz a la vez”. A pesar de la connotación sombría que muchos pueden asociar con estos lugares, él reconoce que hay quienes vienen a pasear o a pintar, buscando un momento de relajación en un entorno que, para otros, podría resultar perturbador.
Aunque su pasión por el campo permanece intacta, el trabajo en el cementerio le proporciona la estabilidad económica que necesita. “Trabajo aquí y luego me voy al campo. Hago mis horas en los dos lados”, afirma con una mezcla de orgullo y resignación. Reconoce que, para vivir exclusivamente del campo en la actualidad, es necesario compaginarlo con otros trabajos. “El campo da fruto y el cementerio da paz”, concluye, reflejando su conexión con ambos mundos que, aunque distintos, coexisten en su vida diaria.
