El pasado fin de semana, el recital barroco protagonizado por la soprano Sonya Yoncheva en Le Mans no cumplió con las expectativas de los aficionados a la música clásica. El evento, que comenzó con la obertura de ‘Serse’, prometía una experiencia musical enriquecedora, pero pronto se desvió hacia una interpretación que dejó mucho que desear.
La velada se inició con un número de apertura interpretado de manera correcta, pero sin la solemnidad que se esperaba. Yoncheva, vestida de blanco, se presentó como una novia dispuesta a rendir homenaje a Händel, ofreciendo un repertorio de arias conocidas. Sin embargo, la combinación de su voz y la elección de las interpretaciones no lograron la profundidad emocional que caracteriza al barroco, dejando a los asistentes con una sensación de vacío.
Un recital sin autenticidad
Desde el inicio, la elección entre un concierto tradicional y un espectáculo más superficial se hizo evidente. La artista, consciente de su presencia escénica, interactuó con el público de manera desenfadada, lanzando zapatos y animando a los asistentes a participar, lo cual, aunque entretenido, restó autenticidad a la propuesta musical. La interpretación de las arias, lejos de ser una muestra de virtuosismo, resultó superficial y carente de matices, lo que llevó a cuestionar la categoría vocal de Yoncheva.
Su registro bajo sonó opaco y poco definido, mientras que los agudos se presentaron con una veladura molesta. A pesar de contar con un registro central seguro, el canto no lograba transmitir la emoción tan esencial en las piezas barrocas. En este sentido, Yoncheva se apartó del estilo tradicional, y el resultado fue una serie de arias que carecieron de distinción. La falta de ornamentación y el uso excesivo del vibrato perjudicaron la claridad y la expresión de los sentimientos que deberían haber predominado.
La decepcionante actuación de la orquesta
Las intervenciones del grupo instrumental, dirigido por Stgefan Plewniak, tampoco lograron salvar la velada. Su atuendo peculiar, que incluía una capa extravagante, se sumó al caos escénico, mientras el bajo continuo se convertía en una distracción más que en un soporte armónico. La interpretación del ‘Concerto Grosso núm. 4’ de Arcangelo Corelli se transformó en una competencia desafortunada entre violines, que se desincronizaban en un intento de tocar cada vez más rápido y con más desafinaciones, dejando al público confundido y decepcionado.
A medida que avanzaba el recital, el ambiente se tornó tenso, con la soprano moviéndose inquieta y Plewniak pidiendo más intensidad. A modo de propina, se ofreció una versión instrumental de ‘Venti, turbini, prestate’ de Händel que, aunque dinámica, no logró compensar la falta de coherencia de la actuación. Yoncheva concluyó el recital con un anodino ‘Lamento de Dido’ de Purcell y un número de ‘Les Indes Galantes’ de Rameau, que no lograron dejar una impresión duradera.
Aunque hubo aplausos al final, la sensación general entre los asistentes fue de insatisfacción. La noche, que prometía ser una celebración del barroco, se convirtió en un espectáculo que, si bien entretenido, no cumplió con los estándares de calidad que se esperaban en un evento de tal categoría.
