En 1983, Cecilia Fernández y Candelaria Gómez se convirtieron en las primeras mujeres en integrar el cuerpo de la Policía Local de Santa Cruz de Tenerife. Desde entonces, han sido testigos de la evolución de un cuerpo que ha cambiado radicalmente en casi cuatro décadas, tanto en su estructura como en su función.
La historia de estas pioneras comienza cuando se ofertaron 25 plazas en la policía local, de las cuales diez estaban reservadas para mujeres. A pesar de los desafíos iniciales, como la reticencia de algunos compañeros, ambas decidieron dar el paso y unirse a esta profesión. «Si naciera de nuevo, volvería a ser policía», afirmaba Candelaria en una reciente conversación recordando sus inicios.
Los comienzos de una nueva era
Cecilia, originaria del pueblo de San Andrés, y Candelaria, conocida como Yayi y residente del barrio de La Salud, no provenían de entornos vinculados a la seguridad. Cecilia recuerda que su familia trabajaba en oficios como la pesca y la aduana, y que su decisión de unirse a la policía surgió de la necesidad de ayudar y de una propuesta de un vecino vinculado a temas sindicales que la animó a presentarse a las oposiciones en 1982.
La primera convocatoria para mujeres atrajo más de un centenar de solicitudes, resultando en la integración de quince hombres y diez mujeres, quienes además se convirtieron en las primeras motoristas de toda Canarias. La formación fue breve pero intensa; en junio y julio asistieron a la academia y ya en agosto estaban en prácticas, lista para enfrentarse a una realidad muy distinta a la actual.
Recuerdos de un pasado diferente
Las primeras experiencias como agentes de policía fueron muy diferentes a lo que conocemos hoy. «Eran turnos de 12 horas y no había ordenadores ni protocolos. Se trataba de un trabajo más humano», recuerda Cecilia, añadiendo que la Santa Cruz de los años ochenta era un lugar con un ritmo y una estructura de tráfico completamente diferente. «Los puntos de regulación eran muy duros», dice Candelaria, aludiendo a lugares como la plaza de Toros y la salida de la Marina.
Ambas pasaron por situaciones difíciles, como intervenciones en intentos de suicidio y crisis familiares. «Antes no había tantos recursos externos. Todo se resolvía hablando y con tacto», explica Cecilia. La carga emocional de su trabajo es un aspecto que ambas llevan consigo. «El muerto no es un DNI, es una persona», reflexionó Cecilia, recordando un caso que la conmovió profundamente.
A lo largo de los años, la Policía Local se ha transformado. Nuevas unidades, protocolos y herramientas han llegado para hacer el trabajo más profesional. Candelaria fue parte de la puesta en marcha del servicio de Emergencias en el 1-1-2 y en el centro de atención a la mujer, destacando la importancia de este trabajo en un contexto social que comenzaba a ser más consciente de las necesidades de las víctimas.
Ambas mujeres vivieron la pandemia de covid-19 desde su posición, recordando momentos extraños en una ciudad vacía. «Tuvimos la suerte de poder trabajar mientras otros se quedaban en casa», afirmaron. También recordaron la riada de 2002, un evento que dejó huella en sus recuerdos, especialmente para Cecilia, quien vivía en Anaga y sintió la fuerza del agua arrastrar todo a su paso.
A pesar de estar jubiladas, la figura del policía de barrio sigue siendo importante para Cecilia. «Es como el médico de familia. Cuanto más contacto tienes, mejor conoces la problemática del barrio», sostiene. Sin embargo, Candelaria reconoce que el modelo actual es más adecuado para la complejidad de la ciudad contemporánea. «Los barrios no son lo que eran», apuntó.
A pesar de su retiro, ambas mujeres siguen llevándose el trabajo a casa. «A veces sueño que estoy en un servicio y me digo a mí misma: ‘No, ya estás jubilada’», confiesa Cecilia, quien concluye que a pesar de entrar en la policía por necesidad, acabó amando su trabajo. «De volver a nacer, volveríamos a ser policías», coinciden ambas, reafirmando su compromiso con una profesión que les ha dejado una profunda huella en la vida.
