El acoso escolar se ha convertido en un problema alarmante en España, donde el 6,5 % del alumnado sufre acoso con frecuencia y el 15,8 % lo experimenta varias veces al mes. Este porcentaje asciende al 21 % entre estudiantes de origen migrante. Estos números, aunque impactantes, son solo una parte de la realidad; cada cifra representa historias de dolor y sufrimiento emocional, como las de Sandra Peña, Dani Quintana y Kira López, que reflejan la profunda herida colectiva que deja el acoso escolar.
Las experiencias de acoso escolar no solo afectan a las víctimas, sino que involucran a tres figuras clave: la víctima, el agresor y el observador. Cada uno de ellos tiene la necesidad de aprender a regular sus emociones para romper el ciclo de violencia. En este contexto, la autorregulación emocional emerge como una capacidad crucial que podría marcar la diferencia entre el daño y la resiliencia.
La importancia de la autorregulación emocional
La autorregulación emocional se define como la habilidad de gestionar, modificar y controlar las propias emociones, adaptándose a las demandas del entorno. Esta capacidad es fundamental para el desarrollo personal, la salud mental y la convivencia social. Un manejo emocional adecuado se asocia con un mayor bienestar y relaciones más saludables, mientras que una deficiente puede llevar a problemas de salud mental, como el estrés y la ansiedad.
Diversos estudios indican que los estudiantes que gestionan mejor sus emociones son menos propensos a involucrarse en conductas de acoso o a ser víctimas de estas. En contraste, aquellos con baja autorregulación tienen un mayor riesgo de ser tanto agresores como víctimas. Los observadores que poseen habilidades de autorregulación tienden a intervenir y reducir la incidencia del acoso, lo que subraya la importancia de fortalecer esta habilidad en todos los estudiantes.
Desarrollo de la autorregulación emocional en el entorno escolar
El desarrollo de la autorregulación emocional no depende únicamente del esfuerzo individual; requiere un compromiso conjunto de la escuela, la familia y la sociedad. Las escuelas deben ser entornos donde los estudiantes aprendan a reconocer y gestionar sus emociones en un ambiente de apoyo. Para ello, es fundamental fomentar la educación emocional desde edades tempranas, integrando estrategias de regulación en las rutinas escolares.
Las estrategias de gestión emocional deben centrarse en la identificación y modificación de las emociones, así como en su adecuada expresión en contextos sociales. Entre las más efectivas se encuentran el despliegue atencional, la reestructuración cognitiva y la aceptación emocional. Estas prácticas, combinadas con técnicas de atención plena como la respiración consciente y la autoobservación, ayudan a los estudiantes a regular su estado emocional.
Además, el apoyo familiar es esencial para el desarrollo emocional de los jóvenes. Los hogares que validan las emociones y fomentan el autocontrol crean un entorno donde los niños y adolescentes aprenden a manejar sus sentimientos de manera saludable. Por otro lado, la sociedad también influye a través de sus mensajes culturales y redes de apoyo, que pueden servir como factores protectores o de riesgo.
Regular las emociones no evitará las situaciones de acoso, pero sí puede cambiar la forma en que los jóvenes las experimentan y afrontan. Es esencial que la escuela, la familia y la comunidad trabajen de la mano para prevenir y resolver estos casos. Enseñar a los jóvenes a regular sus emociones no es solo un lujo pedagógico, sino una forma de cuidado que puede salvar vidas.
La Dra. Rocío González Suárez, quien cuenta con financiación para su formación posdoctoral a través del Sistema Universitario Gallego y el programa posdoctoral Fulbright, enfatiza la urgencia de abordar esta problemática desde una perspectiva integral y colaborativa.
