Isabel Rey, educadora y directora del programa educativo y social de la Fundación Montemadrid, ha destacado en diversas ocasiones el impacto transformador del voluntariado en su vida y en la comunidad. Con 54 años y originaria de Madrid, Rey ha dedicado su carrera a la integración educativa y social, llevando el mensaje de la tolerancia y el apoyo a los más vulnerables en un contexto donde la crueldad parece ser la norma en ciertas políticas estatales.
Una vocación arraigada en la infancia
La vocación de Isabel Rey se forjó en su infancia, inspirada tanto por sus profesores como por el compromiso social de sus padres, un sastre y una modista de Usera. Desde muy joven, sus padres la animaron a participar en actividades de voluntariado, lo que le permitió conocer de cerca la desigualdad en su barrio. “Sin salir de las fronteras de mi barrio descubrí la desigualdad, trabajando con ancianos, personas vulnerables y enfermos”, comenta Rey, recordando cómo esas experiencias marcaron un antes y un después en su vida.
Un caso que la impactó especialmente fue el de dos ancianos que vivían en condiciones insalubres. Gracias a la intervención de su grupo de voluntariado, lograron que los ancianos fueran trasladados a una residencia en un tiempo récord. “No sé si hoy en día esa agilidad sería posible”, reflexiona Rey, subrayando la importancia del voluntariado en la sociedad actual.
El camino hacia una educación inclusiva
Después de estudiar Filología inglesa, Isabel comenzó su carrera docente en academias. Sin embargo, se sintió atraída por el trabajo social y se unió a la Obra Social de Caja Madrid, donde comenzó a desarrollar un programa de español para inmigrantes. “Quería compaginar la educación con lo social”, explica.
Más tarde, y tras la crisis de Caja Madrid, se trasladó a Casa San Cristóbal en la periferia sur de Madrid, donde estuvo una década trabajando para activar un centro cultural. “Allí logré aliarme con el tejido asociativo del barrio, que es uno de los más precarios de Madrid, pero también con grandes fortalezas”, relata Rey. Conciertos, teatro y ciclos de poesía se convirtieron en herramientas para borrar la línea entre alta y baja cultura, fomentando un sentido de comunidad resiliente.
Su enfoque inclusivo también se extiende a los inmigrantes, a quienes ha aprendido a escuchar y conocer. “Me ha permitido eliminar prejuicios y crear redes de respeto mutuo”, afirma, enfatizando que todos compartimos necesidades similares y deseos de bienestar.
Desafíos y oportunidades en la educación actual
Ante la creciente heterogeneidad en las aulas, Rey sostiene que la educación debe ser más inclusiva. “No se trata solo de lo académico, sino de atender lo humano”, señala. Para que los estudiantes puedan prosperar, es crucial cubrir necesidades básicas como la seguridad alimentaria y la salud mental, y esto requiere un equipo multidisciplinar y una inversión significativa.
La situación actual de los jóvenes también la preocupa. “La juventud está muy concienciada, pero desconectada”, advierte. Sin embargo, al ofrecerles oportunidades de voluntariado, como se vio en un evento reciente en Valencia, la respuesta fue abrumadora. “Los jóvenes demostraron una solidaridad desbordante”, destaca.
Respecto al discurso sobre inmigración y la creciente intolerancia, Rey considera que es fundamental educar a los jóvenes en valores como el feminismo y la igualdad, para que comprendan que los derechos son universales y no deben ser amenazados por el miedo o la frustración.
Isabel Rey es un ejemplo de cómo el voluntariado puede ser un motor de cambio, no solo en la vida de quienes se benefician de él, sino también en la de quienes lo practican. Su trayectoria resalta la necesidad de un enfoque más humano en la educación y la integración social, y su voz sigue siendo un faro de esperanza en tiempos de incertidumbre.
