El I Congreso de Profesionalización del Carnaval, celebrado en el salón de actos del TEA los pasados jueves y viernes, ha puesto de relieve los retos que enfrenta el sector de la costura en esta festividad. Organizado por el Cabildo de Tenerife en colaboración con la Asociación de Diseñadores, el congreso se centró en la formación, sostenibilidad e industrialización del proceso creativo que une lo amateur con lo profesional.
En este contexto, María del Cristo Toledo, costurera con más de una década de experiencia, se destaca como una figura emblemática del Carnaval de Tenerife. Desde su taller Textura Canarias en La Cuesta, María confecciona cada año cientos de trajes para comparsas y agrupaciones, enfrentándose a los desafíos de monetizar su pasión sin naufragar en el intento.
Un camino de superación personal
Nacida en el barrio de El Toscal en Santa Cruz, María se inició en el mundo de la moda como peluquera y esteticista. Sin embargo, una lesión en el hombro la llevó a redirigir su vida hacia la costura, una habilidad que había aprendido de su madre. Con una inversión inicial de 10 000 euros y dos máquinas de coser, comenzó a confeccionar trajes para amigos y familiares, hasta que la diseñadora María Reverón le ofreció su primera oportunidad profesional con la Rondalla Mamel’s.
El Carnaval, que se celebra en febrero, requiere una planificación meticulosa. María empieza a trabajar en julio, recibiendo diseños para el año siguiente, y en la temporada alta su taller se convierte en un hervidero de actividad. Con un equipo de entre seis y siete costureras, además de otras diez autónomas que trabajan desde casa, su taller nunca descansa. «A veces hay que confiar en las personas, pero eso puede ser complicado», reconoce.
La dura realidad económica
Ser costurera en el Carnaval no solo implica creatividad y dedicación, sino también afrontar una serie de gastos significativos. María tiene que hacer frente a aproximadamente 1 500 euros mensuales solo en seguros y alquiler de su taller. «Soy autónoma y tengo que pagar a todas las costureras cada semana, aunque los grupos me paguen meses después», explica, destacando la presión financiera que conlleva su oficio.
A pesar de la dificultad, María ve el Carnaval como una plataforma de proyección, aunque no siempre garantiza beneficios inmediatos. Durante el resto del año, confecciona ropa deportiva personalizada, lo que le permite mantener su negocio a flote. «El Carnaval me impulsa, pero no me mantiene», afirma con claridad.
La experiencia de María refleja la realidad de muchas costureras que, detrás del brillo y la alegría del Carnaval, enfrentan luchas cotidianas. «La gente ve el traje terminado y dice que es bonito, pero no sabe lo que cuesta llegar ahí», lamenta. Con una competencia feroz de disfraces baratos importados, su trabajo se distingue por la calidad y creatividad que ofrece a sus clientes.
Con la esperanza de formar a nuevas generaciones en este oficio, María aboga por la creación de centros de formación que enseñen la costura de Carnaval, ya que «las chicas que salen de los institutos no tienen ni idea de esto». Mientras tanto, sigue trabajando en su taller, donde la pasión por el Carnaval se entrelaza con la realidad del día a día.