Alfred Abad, un profesor catalán, ejerce en una escuela internacional de Almaty, la ciudad más grande de Kazajistán. Desde su llegada, ha observado un entorno educativo que contrasta marcadamente con el que dejó atrás en Cataluña. En declaraciones a RAC1, Abad explicó que en las reuniones con los padres, más del 90% le solicita que sea más estricto y disciplinado con los alumnos, lo que resalta las diferencias entre dos modelos educativos antagónicos.
El sistema educativo en Cataluña ha mostrado signos preocupantes según los últimos datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), que revelan una caída del rendimiento escolar. Las materias de ciencias y matemáticas han registrado sus peores resultados de la última década, además de que la competencia oral en catalán se encuentra por debajo de la lengua castellana. Este panorama es alarmante, ya que tres de cada diez profesores de secundaria afirman que pierden gran parte del tiempo en clase tratando de controlar a los alumnos, siendo solo Portugal y Bélgica los países que presentan más problemas de interrupciones.
La disciplina como pilar educativo en Kazajistán
En este contexto, Abad recuerda su experiencia como docente en una escuela concertada en Cataluña: “Hemos normalizado cosas que no son normales. El primer día me amenazaron de muerte”. Este comentario refleja una falta de respeto que, según él, se ha ido extendiendo en las aulas. Sin embargo, en Kazajistán, la situación es radicalmente diferente. “El respeto al profesor es fundamental. Es impensable que un alumno te trate de tú”, asegura Abad. Los padres valoran la autoridad del docente y esperan firmeza y exigencia de su parte.
“Me piden que sea más duro, que no deje pasar ni una”, explica el profesor, quien imparte clases de sociales y lengua castellana. Abad atribuye esta visión del respeto hacia la figura del docente al legado soviético, donde la disciplina era uno de los pilares de la educación pública. La decisión de mudarse a Kazajistán fue influenciada, en parte, por su familia. Su esposa es rusa, y buscaban una mejor conciliación entre el trabajo y la vida familiar. “Las escuelas aquí son de 9 a 17 horas, lo que nos da estabilidad. No fue una decisión fácil, pero era el momento”, recuerda.
Un nuevo hogar y una rica diversidad cultural
Abad destaca la hospitalidad del pueblo kazajo y la facilidad con la que se ha integrado. Curiosamente, en su escuela, la directora también es catalana, lo que permite que cuando coinciden en reuniones, se lleven a cabo en catalán. “Kazajistán es otro planeta”, dice con una sonrisa mientras mira las montañas que hacen frontera con China, cubiertas de nieve gran parte del año. Durante el invierno, las temperaturas pueden descender hasta 27 grados bajo cero.
Los kazajos son apasionados del fútbol, comenta Abad: “Son del Barça o del Madrid, pero de verdad. Cuando el Madrid vino a jugar contra el Kairat Almaty el 30 de septiembre, la locura fue total”. Además, destaca la diversidad cultural del país: “Tengo alumnos iraníes e israelíes en la misma clase, y otros del Kurdistán, Ucrania o Rusia. Es un lugar donde conviven muchas nacionalidades”.
A pesar de sentirse a gusto en Kazajistán, Abad no olvida sus raíces. “Si me hicieran un DNI kazajo, pondría que soy catalán”, afirma entre risas. Sus alumnos y colegas suelen preguntarle sobre la situación política en Cataluña: “La pregunta más común es: ‘¿Por qué no habéis ganado? ¿Por qué no sois independientes?’”. Aunque se siente cómodo en Almaty, confiesa que su objetivo sigue siendo regresar algún día a casa: “Cataluña es donde nací y donde quiero que crezcan mis hijos”.
La historia de Alfred Abad ilustra el contraste entre dos modelos educativos: el kazajo, basado en la autoridad y el respeto, y el catalán, que cada vez se centra más en la comprensión y la flexibilidad. Entre ambos extremos, surge una pregunta preocupante para muchos docentes: ¿Hasta qué punto puede coexistir la libertad en el aula con la disciplina necesaria para aprender?
