Investigaciones recientes en el yacimiento de Pompeya han cambiado la percepción histórica sobre la reocupación de la ciudad tras la devastadora erupción del Vesubio en el año 79 d.C. Estos hallazgos, confirmados por el Parque Arqueológico de Pompeya, indican que la ciudad no quedó completamente desierta, como se había creído anteriormente, sino que fue habitada nuevamente por sobrevivientes y personas sin hogar en busca de refugio.
Durante las excavaciones en la Insula Meridionalis, se encontraron restos que demuestran que aquellos que lograron sobrevivir, junto con inmigrantes de otras regiones, regresaron a las ruinas de lo que había sido su hogar. Este asentamiento improvisado continuó hasta el siglo V d.C., cuando una nueva erupción, conocida como la de Pollena, llevó al abandono definitivo de la zona.
La vida en un desierto de ceniza
Antes de la tragedia, Pompeya contaba con una población estimada de unos 20 000 habitantes. Desde que comenzaron las excavaciones en 1748, se han identificado alrededor de 1 300 víctimas, aunque se sospecha que muchas más perdieron la vida intentando escapar del desastre. Tras la erupción, no todos los supervivientes tenían los medios para comenzar una nueva vida en otro lugar, lo que llevó a algunos a regresar a «la ciudad destruida de la que aún se intuyen los pisos superiores de los edificios», según el comunicado del parque.
Este nuevo asentamiento estuvo marcado por la precariedad, donde las personas vivían sin las infraestructuras y servicios típicos de una ciudad romana. Muchos se establecieron en los pisos superiores de los edificios que emergían entre el «desierto de ceniza», mientras que la vegetación comenzó a prosperar nuevamente en la región.
Intentos de recuperación y su legado
Tras la erupción, el emperador Tito intentó revitalizar la ciudad enviando dos excónsules para gestionar su recuperación, pero este esfuerzo fracasó y Pompeya nunca volvió a ser el centro vibrante que había sido antes del desastre. Gabriel Zuchtriegel, director del sitio arqueológico, describió la Pompeya posterior al 79 d.C. como «un aglomerado precario, una especie de campamento o favela entre las ruinas aún reconocibles».
El arqueólogo destacó que muchas evidencias de esta reocupación habían sido ignoradas en excavaciones anteriores, y estos nuevos hallazgos invitan a reflexionar sobre la «memoria arqueológica», frecuentemente eclipsada por eventos más espectaculares. «En el afán por preservar los niveles del 79, con sus frescos y mobiliario intacto, las huellas de esta reocupación precaria fueron removidas sin documentación», señaló Zuchtriegel, quien enfatizó que la destrucción del 79 d.C. «ha monopolizado la memoria histórica».
Estos descubrimientos no solo enriquecen nuestra comprensión de la historia de Pompeya, sino que también nos recuerdan que la vida persistió en medio de la catástrofe, desafiando las nociones previas sobre el destino de esta emblemática ciudad romana.
