En un mundo cada vez más interconectado, la cooperación internacional se presenta como una herramienta fundamental para unir saberes, territorios y culturas. Con el objetivo de abordar desafíos complejos como el cambio climático y la inseguridad alimentaria, es esencial transformar este modelo de colaboración en una sinergia que fortalezca nuestras capacidades colectivas.
Un enfoque holístico y transdisciplinar
La cooperación internacional debe ser vista como un diálogo entre múltiples dimensiones, que abarca lo medioambiental, lo educativo, lo social, lo cultural y lo político. Un claro ejemplo se encuentra en el Chocó Andino en Ecuador, donde proyectos de restauración ecológica han logrado integrar conocimientos científicos con saberes ancestrales, creando modelos de manejo sostenible que respetan la biodiversidad y las culturas locales.
Este enfoque no se limita a la transferencia de tecnología, sino que fomenta relaciones de reciprocidad con los territorios. Iniciativas como los corredores biológicos y los sistemas agroforestales permiten regenerar ecosistemas y fortalecer identidades territoriales.
Fortaleciendo la soberanía alimentaria
Un aspecto clave de la cooperación transformadora es la promoción de sistemas alimentarios soberanos y resilientes. A diferencia del modelo agroexportador, la soberanía alimentaria fomenta la producción local y el derecho de los pueblos a decidir qué, cómo y para quién se produce. Desde Africa hasta Iberoamérica, alianzas internacionales han apoyado a comunidades campesinas en la recuperación de semillas nativas y en la creación de mercados locales solidarios.
La cooperación se convierte así en un ejercicio de escucha y co-creación. A través de procesos democráticos que involucran a las comunidades en la construcción de sus propios mecanismos de gobernanza, se ha demostrado que la participación activa es clave para el éxito de estas iniciativas.
El Programa Mandela de la AEXCID (Agencia Extremeña de Cooperación Internacional para el Desarrollo) se inspira en esta filosofía, centrándose en fortalecer liderazgos comunitarios y en crear redes horizontales de aprendizaje. Esta iniciativa, que toma su nombre de Nelson Mandela, promueve la justicia social y la defensa de los derechos humanos en el ámbito local.
Las Universidades Populares de Extremadura (AUPEX) complementan esta visión al promover el desarrollo local a través de la educación y la participación ciudadana. Su enfoque se basa en considerar la educación no como una mera acumulación de conocimientos, sino como un proceso liberador y colectivo.
En el marco del Chocó Andino, AUPEX y su socio local, la Fundación Imaymana, actúan como un puente entre la cooperación internacional y la democracia participativa, creando espacios donde aprender y transformar el entorno son una realidad.
La educación como motor de cambio
Una de las iniciativas más innovadoras en este contexto es el modelo de bosque escuela, que busca reconectar a niños y jóvenes con su entorno natural. Este enfoque pedagógico ha demostrado ser eficaz en países como Ecuador, Brasil y Costa Rica, fortaleciendo la identidad local y estimulando valores de cuidado y creatividad.
La educación en estos entornos se convierte en una experiencia transformadora que respeta y promueve la diversidad cultural y ecológica. Así, el aprendizaje se entiende como un proceso emancipador, con un fuerte compromiso político hacia la justicia social y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
Para lograr la cooperación que el mundo necesita, es fundamental replantear las formas de colaboración actuales desde una perspectiva holística y transdisciplinar. Esto implica reconocer que cooperar no es simplemente ayudar desde una posición de poder, sino construir soluciones conjuntas desde el respeto mutuo.
El verdadero cambio comienza cuando se unen la ciencia, la ética y la acción colectiva, tal como promueve el Programa Mandela, recordándonos que la cooperación internacional puede ser esa sinergia vital que nos hace más fuertes a todos.