La adolescencia ha sido tradicionalmente definida como el periodo que abarca desde la infancia hasta la adultez joven, con un límite marcado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en los 19 años. Sin embargo, un nuevo estudio liderado por Alexa Mousley de la Universidad de Cambridge desafía esta visión, sugiriendo que la conectividad cerebral no se desarrolla de manera lineal, sino que experimenta cambios significativos en cinco etapas a lo largo de la vida. Estas etapas se producen a los 9, 32, 66 y 83 años, coincidiendo con periodos cruciales del desarrollo humano.
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La primera etapa, que abarca hasta los 9 años, se caracteriza por la «consolidación de la red», donde las sinapsis del cerebro infantil son podadas y las conexiones más activas prevalecen, mientras que la materia gris y blanca experimentan un crecimiento acelerado.
La segunda etapa, que se extiende hasta los 32 años, muestra un cambio radical en la capacidad cognitiva. Durante este periodo, la materia blanca sigue incrementándose, mejorando la eficiencia de las redes neuronales. Esto también se asocia con un mayor riesgo de trastornos mentales durante la adolescencia.
En la tercera etapa, que llega hasta los 66 años, la arquitectura cerebral se estabiliza. Este periodo es crucial, ya que se relaciona con un estancamiento en el desarrollo de la inteligencia y la personalidad.
La cuarta etapa, que se extiende hasta los 83 años, implica una reorganización gradual de las redes cerebrales, probablemente vinculada al envejecimiento. Esta fase se acompaña de un mayor riesgo de problemas de salud, como la hipertensión, que pueden afectar la salud cerebral.
Finalmente, la quinta etapa, que comienza a los 83 años, se caracteriza por un descenso en la conectividad cerebral, especialmente en áreas específicas, lo que indica un cambio de un funcionamiento global a uno más localizado.
Sandra Doval, experta en neurociencia de la UNIR, destaca que este estudio ayuda a entender mejor las ventanas temporales en las que el cerebro es más vulnerable a trastornos del neurodesarrollo en la infancia, así como a problemas de salud mental en la adolescencia y deterioro cognitivo en la vejez. Sin embargo, Doval advierte que estos hallazgos no deberían interpretarse como recomendaciones clínicas directas.
El estudio revela variaciones estructurales en la conectividad cerebral, pero no puede extrapolarse a un concepto de madurez o declive funcional. En palabras de Doval, «el desarrollo adolescente, caracterizado por una alta eficiencia de las redes cerebrales, se extiende hasta los 32 años según la arquitectura neural, mucho más allá de las definiciones tradicionales del final de la adolescencia».
La investigación también muestra que las variaciones en el desarrollo cerebral pueden diferir significativamente entre individuos, lo que resalta la importancia de no considerar estas etapas como límites estrictos. Doval señala que “la diferenciación entre maduración y envejecimiento es relativamente arbitraria”, lo que sugiere que el cerebro no puede clasificarse de manera tan simplista.
Finalmente, la idea de que el declive cognitivo comienza a los 66 años también es cuestionada. Aunque el estudio identifica un punto de inflexión en esta edad, no hay un cambio abrupto en la organización cerebral, lo que indica que el envejecimiento cerebral es un proceso más complejo y gradual que no puede ser definido por fechas fijas.
Así, la comprensión del desarrollo y envejecimiento del cerebro se presenta como un campo en evolución, que sigue desafiando nuestras nociones tradicionales sobre la adolescencia y la madurez.
